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Néstor Kirchner, la imaginación y el poder popular, por Matías Farías

Debates, Proyecto Ballena

Un ensayo en torno a la figura de Néstor Kirchner, escrito en ocasión de la muestra fotográfica inaugurada en el Festival Democracia e Imaginación Política en América Latina y en exhibición en la sala 512. Por Matías Farías


La imaginación política trabaja conmoviendo lo dado. Cuestiona al máximo la identificación entre lo real y lo hasta allí considerado posible. Pero también produce algo novedoso en el orden de lo existente. En las imágenes que integran la muestra Néstor Kirchner, la imaginación y el poder popular, a veinte años de la asunción de Néstor Kirchner como presidente de la Nación, puede verse en acción estos y otros atributos de una imaginación política lanzada a la transformación de la realidad argentina. En cuatro cortes, que se detienen en el vínculo tramado entre estado y clases populares, la escena refundacional del 24 de marzo del 2004, la configuración de una unidad latinoamericana y la pareja política conformada con Cristina, este escrito recorre los indicios que ofrece la muestra para pensar un momento de profunda democratización en la historia argentina.

Junto al pueblo

Aunque vino a proponernos un sueño, la imaginación política de Kirchner no era utópica, sino transformadora. A Kirchner no le interesaba convertir a la Argentina en el reino de los justos; tampoco quería un pueblo nuevo, porque no despreciaba al existente. Kirchner amaba a su pueblo y por eso se lo ve tan cerca de él en las imágenes que forman parte de esta muestra.

Ese lazo que tejió con su pueblo aconteció en un momento singular de la hora argentina, cuando el vínculo entre la sociedad y el Estado estaba profundamente dañado. En ese contexto, la imaginación política de Kirchner hizo una apuesta: que el pueblo, que se había rebelado en las masivas protestas de diciembre de 2001, pero que acumulaba largos y hondos desencantos por las promesas incumplidas de la democracia, recuperara su protagonismo en la historia.

Si de veras se cree que en una república popular el pueblo es el sujeto de cualquier transformación social, es preciso que ese pueblo sea reconocido como tal por el Estado. Al mismo tiempo, para que ese reconocimiento pueda inspirar una nueva fe en un contexto de crisis, el propio Estado debe transformarse en aras de ofrecer otro tipo de referencias para las clases populares. Entre fines del siglo XIX y principios del siglo XXI el Estado argentino, en lugar de proporcionar a las multitudes alguna señal destinada a reconectar a esas mismas multitudes con sus propias potencias, se empeñaba en expulsarlas del perímetro de la nación destruyendo mecanismos de integración social como el trabajo. Kirchner tuvo una rápida percepción de este problema, que comenzó a desanudar cuando en sus recorridas por los barrios se mezclaba y a veces hasta se zambullía en la multitud. Con esa inédita proximidad, recreaba una escena en la que se reconocía la existencia y dignidad política de quienes por mucho tiempo no habían sido considerados parte del “conteo” democrático, al mismo tiempo que producía una referencia novedosa para un Estado que, por medio de esas acciones, además de nacional pretendía ser popular.

En la muestra abundan registros de este movimiento. Su rostro lastimado por una cámara fotográfica –tras el contacto directo con quienes esperaban para saludarlo luego de la asunción presidencial– se volvió icónica justamente por esa inusual voluntad de acercamiento al mundo popular. Otras fotos, presumiblemente tomadas desde el trasfondo de escenarios montados para actos políticos que después de mucho tiempo volvían a ser concurridos, exhiben lo mismo desde otro ángulo: allí se lo ve a Néstor con espaldas gigantes, como demandaba la situación, extendiendo un brazo hacia la multitud, como si quisiera contagiar un ímpetu o simplemente acortar las distancias entre la tarima y el público. De todas estas imágenes sobresalen, sin embargo, aquellas que recortan los rostros de las personas que se acercan a saludarlo y que, porque se sienten protagonistas del cuadro, miran de frente a las cámaras de Télam. Kirchner las reconocía como tales, al mostrarles que ahora había un presidente dispuesto a abrazarlas y tenderles su mano.

Una escena refundacional

De esa imaginación política surgieron escenas refundacionales, como el acto en la exESMA del 24 de marzo de 2004. Por la mañana, Kirchner ordenó al general Bendini quitar los cuadros de Videla y Bignone de la Galería de Directores del Colegio Militar. “Proceda”, le indicó, y con ello mostró un contundente gesto de autoridad del poder civil sobre el militar, para completar así un proceso que se había iniciado ya en la primera semana de gobierno, cuando dio de baja a tres cuartos de la plana mayor del Ejército y a la mitad de la Marina y de la Fuerza Aérea.

Los cuadros que esa mañana Kirchner ordenó retirar eran réplicas: los originales habían sido secretamente sustraídos por agentes del Ejército, en rechazo a la iniciativa de Kirchner. “Aunque sea una foto de cumpleaños, la vamos a sacar igual”, cuenta el periodista y escritor Horacio Verbitsky que dijo Kirchner cuando le llegó el rumor, en los días previos al acto, de lo que había ocurrido con los cuadros originales. La foto que retiene este grave momento está lejos de ser la de un cumpleaños: en ella se aprecia cómo comenzaba a producirse un nuevo corte histórico en la experiencia democrática argentina.

El tiempo histórico de esa nueva hora adquiría así una específica dramaticidad, signada por el conflicto entre los efectos transformadores que se desprendían de esta escena y los modos en que esos retratos originales de Videla y Bignone eran por distintas vías repuestos en la vida colectiva por parte de quienes buscaban reactivar la amenaza del terror para condicionar así al nuevo horizonte epocal. La segunda desaparición de Jorge Julio López, testigo clave en el juicio contra el represor Miguel Echecolatz, mostraba ya desde los inicios de este proceso político, y por las vías más tenebrosas, que la voluntad transformadora de Kirchner encontraría una férrea oposición por parte de actores sociales que habían resultado favorecidos por la Argentina configurada desde la matriz de los centros clandestinos de represión.

La segunda parte de esta escena aconteció a la tarde, cuando Néstor Kirchner se dirigió a la exESMA para anunciar la transformación de ese lugar emblemático del terrorismo de Estado en un espacio de la memoria. Aquí lo importante no era, como en la mañana, lo que retiraba, sino más bien lo que irrumpía: las voces de hijos de desaparecidos, las propias palabras de Kirchner, pero sobre todo una singular gestualidad, con esa mano izquierda zigzagueante y nerviosa, incómodamente apoyada de a ratos sobre el atril. Las fotos que registran este momento excepcional dan una idea de la intensidad política que circulaba en esa escena, con un presidente que no buscaba cerrar el ciclo de conflictividad condensado en Argentina en 2001, sino que parecía inscribirse en ese punto de tensión previo para reconfigurar su rumbo.

Pero el meollo de este acto residía en el pedido de perdón “en nombre del Estado” expresado por Kirchner por las leyes de impunidad. El solo hecho de que un presidente hablara en esos términos ubicaba a la máxima expresión del poder político argentino en el lugar de la responsabilidad política, es decir, de aquel que tiene que responder. No era ese el rasgo habitualmente reconocible de la clase política argentina de aquel momento. Haciéndose cargo de una deuda, fue más lejos del llamado a construir un “país normal” enunciado en la campaña de 2003, para asociar así a la democracia con actos cada vez más profundos de “reparación”. Sobre la huella de esta “escena fundante”, entonces, se desplegaron una serie de palabras, pero también de acciones, para iniciar otras reparaciones consideradas “históricas”, algunas conseguidas en su gobierno y muchas otras en el gobierno de Cristina, como la mayor participación de los trabajadores en la renta nacional, la toma del control con activos nacionales de YPF y de Aerolíneas Argentinas, la recuperación de los fondos jubilatorios por parte del Estado, el matrimonio igualitario, la Asignación Universal por Hijo, la invención de un dispositivo audiovisual de contenidos producidos públicamente (Encuentro, Paka-Paka), la apertura de importantes espacios culturales (Centro Cultural Kirchner - Tecnópolis) y la política de desarrollo sostenido en Ciencia y Técnica, entre otras.

Aunque a las 19:45 h de ese día llamó a Alfonsín para disculparse por haber relativizado en sus discurso la importancia del juicio a las Juntas, la pieza oratoria brindada por Kirchner aquella tarde significó un punto de quiebre: “lo que se suponía –explica Horacio González en Kirchnerismo. Una controversia cultural– que nunca iba a ocurrir, ocurría. Corrientes de reparación que salían de las catacumbas para convertirse en voz colectiva, estatal. ¿Cómo es posible que ese locus del terror cambiara de forma, contenido y función y al mismo tiempo no perdieran gravedad los ritos evocativos?”. En un acto que definía crucialmente su imaginación política, Kirchner convocó a la sociedad a trazar otras filiaciones con el pasado argentino, habilitantes de nuevos futuros para la vida colectiva. Una foto de aquel día lo muestra singularmente conmovido, con Cristina a su lado recostando su cabeza sobre sus hombros. No había registro de una gestualidad política de este tipo desplegada desde el Estado, en un acto que se dirigía al nudo de la historia argentina.

La unidad latinoamericana

Kirchner encontró en Lula, Evo Morales y Hugo Chávez aliados dispuestos a transformar una ocasión –la crisis de la hegemonía neoliberal en el continente– en una oportunidad histórica para América Latina. Desde esta imaginación política común, buena parte del sur del continente se movilizó convocada por una promesa de reparación social que estuviera en condiciones de devolver a los sudamericanos el derecho a tener un futuro. Que ese futuro debía ser construido comúnmente quedó evidenciado en la voluntad de autonomía respecto de los mandatos provenientes de los así llamados “países centrales”, que se materializó, como fuertemente subraya esta muestra, en el “No al ALCA” (Mar del Plata, 2005).

Esta imaginación común llegó a proponerse objetivos de avanzada, como el intento de Chávez de reunir en pleno siglo XXI a Bolívar con Marx, o la declaración del fin del “Pachacuti” anunciada por Evo Morales en el “Manifiesto de la Isla del Sol”. Los festejos del Bicentenario de la Revolución de Mayo en Argentina reunieron a estos liderazgos en el contexto de un evento de masas, en lo que probablemente significó el momento de mayor acumulación de los proyectos políticos emancipadores en la historia reciente de la región.

A esta altura, sin embargo, ya estaban disponibles dos de las principales críticas lanzadas contra este proceso político y, por extensión, a sus líderes: que ninguno de ellos terminaba de poner en cuestión la inscripción dependiente de las economías nacionales en la economía mundial, prolongando y en ocasiones profundizando la matriz extractivista de nuestras economías; y que la institucionalización de la movilización popular en conjunción con la condensación del poder en la persona representante del Estado quitaba márgenes de autonomía a las organizaciones de base, activando cierto proceso de desmovilización popular y generando serios problemas políticos a la hora de definir la sucesión en contextos electorales. Sin embargo, el mismo tenor de estas críticas daba cuenta de los avances constatables para la región que ofrecía la emergencia de estos procesos políticos. La vara había cambiado y ya no se les reclamaba a los líderes de la región que asumieran la representación política, sino ni más ni menos que aprontaran la resolución de problemas estructurales y de larga duración en la historia latinoamericana. Porque, aún con todas sus diferenciaciones, lo que tuvieron en común estos gobiernos fue justamente la búsqueda de una estrategia alternativa de desarrollo nacional, una renovada alianza entre el Estado y franjas importantes del movimiento social, el rechazo al “protectorado” del Fondo Monetario Internacional, la construcción de liderazgos políticos fuertes y un intento de reterritorialización de la disputa por el poder social y económico, anclada en el perímetro del Estado-nación pero con latentes proyecciones de articulación en el plano regional. Las imágenes de Kirchner con Lula, Chávez y Evo capturan ese momento en que lo más novedoso de la historia universal pasaba por América Latina. Y testimonian que las batallas importantes se libran de manera colectiva, hermanados alrededor de un proyecto político.

Néstor y Cristina

Un capítulo central en la historia de Kirchner, muy presente en esta muestra, es su vínculo político y amoroso con Cristina, una alianza que obliga a evocar a la de Perón y Evita para encontrar algún tipo de parangón en la historia argentina contemporánea. Se trata de una pareja cuya unidad política inconmovible no parecía exigir que alguno de los dos renunciara a su singularidad. Las fotos que integran la muestra permiten captar este punto: a veces sus miradas se encuentran; otras, miran hacia un mismo lado; pero también hay registro de imágenes en donde sus miradas se dirigen hacia ángulos distintos, en ocasiones incluso opuestos. De este modo, la paridad conseguida entre ambos parecía surgir de un proyecto común, pero también de la posibilidad de hacerle lugar a la discusión política entre iguales.

Otra imagen impactante incluida en esta muestra es la entrega del bastón de mando entre Néstor y Cristina. Visto retrospectivamente, se observa un rito de pasaje que es también un cambio de etapa dentro de un mismo proyecto político. En efecto, si se había avanzado un largo trecho alrededor del objetivo político planteado hacia 2003 –“salir del infierno”, tal como Kirchner aludía a la situación política y social argentina hacia 2003–, y si incluso había resultado posible, desde el “No al ALCA”, proyectar hacia el continente un nuevo horizonte político, entonces la dinámica histórica que se abría a partir de ese traspaso de mando debía ordenarse a partir de otro tipo de conflictividad. A diferencia de Kirchner, que cuatro años antes en esa misma ceremonia había hecho malabares con el bastón, Cristina en cambio lo sujeta con firmeza, advertida quizás de los tiempos que vendrían. Por otra parte, sorprende y hasta conmueve también retrospectivamente la sinceridad con que Kirchner realiza ese traspaso: a partir de allí, su centralidad política siguió siendo indiscutida, pero el mando del gobierno pasó claramente a estar en manos de Cristina.

Finalmente, las fotos que integran la muestra permiten constatar las sentidas palabras que Cristina escribe sobre Kirchner en Sinceramente: “La protección de Néstor sobre mí en La Plata, en Río Gallegos o en Olivos no era una pose ni una imagen. Su protección era total. Y no era pegajoso, nunca me gustaron los pegajosos. Era amor. Me amaba absolutamente. Yo también trataba de protegerlo, sobre todo que cuidara su salud, que no hiciera cosas que lo pudieran afectar, pero él no se preocupaba por eso. Era un hombre que admiraba la inteligencia de la mujer. La necesidad de protección no sólo se explicaba a partir del afecto, sino también del orgullo por tenerme como compañera, como esposa. Sí, él estaba orgulloso de mí”. La relevancia de estas palabras, y de las imágenes que lo muestran mirando en esos términos a su compañera política y de vida, es sencilla de apreciar: Néstor también enseñó a millones de argentinas y argentinos a mirar con amor a quienes luchan por las causas populares.

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En las tragedias griegas, los dioses se pelean, arman alianzas, se enfurecen, hacen pactos. Parecen humanos, pero nunca dejan de ser dioses: se mezclan entre los mortales sólo para arreglar sus asuntos. Con el concepto de carisma, la sociología intenta reconocer ciertos atributos de aquellos dioses en los liderazgos políticos modernos. El carisma de Kirchner, sin embargo, sigue siendo un misterio, que esta muestra puede ayudar a explicar. Aunque la militancia lo asociaba con la figura mítica del Eternauta, Kirchner se hacía llamar pingüino, hacía malabares con el bastón de mando y firmaba decretos con una birome. Era un héroe hecho de arcilla, mezclado en la multitud, dispuesto a dar lo que la Argentina demanda: decisiones políticas inspiradas en una profunda sensibilidad social.

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