|

Episodio 4: “El Manifiesto Hipercomunista”, por Ezequiel Gatto

Debates, Diarios

La pandemia hizo reflotar la esperanza y la alerta sobre un supuesto futuro comunista. El fin del capitalismo, la rueda de la historia en marcha de nuevo. Pero… ¿qué era el comunismo? ¿Qué sería ahora?

 

Al principio de la pandemia, algunos filósofos globales anunciaron el colapso del capitalismo y el advenimiento de algo así como un comunismo, o al menos de una retracción de la ola privatista y del totalitarismo de mercado que en los últimos cuarenta años ha dado forma como nunca a las sociedades humanas. Desde el golpe en Chile, en el que la Escuela de Chicago tuvo un papel fundamental, como unos jacobinos de derecha.

Esos anuncios de cambios, que tocaron las costas argentinas incluso antes que el propio SARS-CoV-2, no parecen haber sido excepcionales respecto a las características de muchos anuncios proféticos y pronósticos. Esas opiniones no tenían por objetivo principal reponer al intelectual público como visionario sino tratar de inducir, o propiciar, algunas acciones políticas. Tal su núcleo paradójico: anunciar lo inevitable con el objetivo de movilizar acciones (que pueden no llevarse adelante, es decir, que son contingentes) para cumplir lo inevitable. En otras palabras, hacer posible lo no necesario.

Más allá, o como supuesto, de las intenciones y efectos buscados, esas opiniones daban por descontado algo que, a mi entender, está lejos de ser obvio: la definición de comunismo. Salvo para viejos modelos de socialismo del siglo XX y para la precaria construcción conceptual de los autodenominados libertarios -cuyo nombre más adecuado sería “totalitaristas de mercado”- que confunden socialismo, comunismo, stalinismo, etc, etc. Lo que se predicaba del comunismo ya no está vigente. Por un lado, hay discusiones teóricas en curso que revisan el tema (incluso la necesidad o no de conservar el concepto); por otro, quedan las caricaturizaciones, que no pueden hacer otra cosa que empobrecer las ideas, las estrategias, la discusión. Creo que el error de aquellos anuncios, más esperanzados que esperanzadores, al principio de la pandemia, que ahora nos parecen tan lejanos, estuvo en el hecho mismo de ser anuncios. Parafraseando a Spinoza, para anunciar algo es preciso tener una imagen de lo que se anuncia. Quizá hubiera sido más interesante invitar a la experiencia política de pensar e inventar algo anunciable. Tal vez la bandera no era “Viene el comunismo” sino “Tenemos el soñar, pero falta la materia del sueño”.

Un día de junio, mientras en la asamblea mental que caracteriza mi aparato psíquico se daban agitadas polémicas sobre estos temas, me puse a ordenar archivos en mi computadora. Como la termodinámica, tengo claro que la organización no vence al tiempo, cuanto mucho aprende a habitar y demorar los fines, así que cada tanto me pongo a reducir entropía. Es un buen ejercicio, que no se agota en acomodar información almacenada sino en pensar por qué ha de tener un cierto orden y no otro. Archivar me permite pensar, seleccionar lo importante, sintetizar en nombres de carpeta los intereses y prioridades. Archivar es pensamiento objetivado.

En eso estaba cuando me topé, en los temporales, con un archivo de texto cuyo nombre es “Hypercommunism Manifesto.odt”. No lo había abierto nunca. Traté de recordar de dónde lo había sacado pero no llegué a ninguna conclusión. Miré los metadatos del archivo. Había sido escrito en 2017. No era tan viejo. “Es raro que no tenga ningún registro”, pensé. Lo abrí. Estaba en italiano. En un microsegundo mi mirada resbaló por el título -Il Manifesto Hipercomunista-, pasó sin detenerse por el cuerpo del texto y cayó en el rincón inferior derecho, donde LibreOffice te dice cuántas páginas tiene el documento. 3. No tenía autoría. Lo leí. Me gustó. Mucho. Decidí traducirlo.

Lectores y lectoras: me despido. Lo que sigue es la traducción de ese texto. Esta cuarta crónica, la última, terminará con mi voz y mi hacer confundidas en la voz y el hacer de otros, que no conozco pero aprecio.

 

El Manifesto Hipercomunista

1.

La cuestión de la ignorancia acompaña a la orientación política comunista desde el comienzo. Qué era, qué no era, qué debía ser. Si ciencia o utopía, si destino o tarea, si identidad o acción, si dogma o teoría, si teoría o programa, si anarquista, social o estadocéntrico. Si sujeto o No sería excesivo decir que su pregnancia histórica y la proliferación de interpretaciones, corrientes, posiciones, escuelas, estrategias tuvo que ver con los modos de encarar dilemas, bordados alrededor de una incógnita fascinante. Sin embargo, esa incógnita era un botín de guerra y ganar la guerra, se creía, consistía en emerger como resolución.

El hipercomunismo también está marcado por una ignorancia fascinante, atractiva. Pero no se propone una ignorancia imaginada como salvable o liquidable, sino una ignorancia estructural. Si el comunismo se propuso resolver la ignorancia, el hipercomunismo se propone protegerla como se protege un poco de aire puro. En definitiva, el comunismo, como el cosmos, siempre ha tenido algo de interrogante radical y creativo. El hipercomunismo es un cosmocomunismo.

2.

Tan profunda es la relación entre comunismo e ignorancia que su texto fundante, al menos el de su versión moderna, comienza abordando su tópico por ese flanco. Las primeras palabras del Manifiesto comunista están, sin dudas, entre los enunciados más citados de la historia. El uso intenso y masivo de la expresión “Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo” la ha convertido en un refrán. O tal vez en una síntesis taquigráfica. El peso y la fuerza de su evocación se equilibra con el contrapeso de un límite en esa misma fuerza: su enunciación no parece invocar, hoy, ningún futuro. Cuando Marx y Engels la escribieron, y durante una buena cantidad de años, la frase era el vehículo de una tendencia. Hoy no oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos, pero ha devenido reliquia. Es documental o incluso decorativa.

Pero la decoración no tiene nada de inocua. La hipervisibilidad de esa frase esconde lo que viene luego de ella. Marx y Engels se quejaban: el fantasma del comunismo que recorría Europa era el índice de una ignorancia. El comunismo antes del Manifiesto era fantasmático, no tenía cuerpo ni precisión. Era una palabra, pero no era un concepto. Lo que recorría sobrevolando Europa era una polisemia tan perjudicial que Marx y Engels se decidieron a intentar eliminarla. La estrategia fue un movimiento de pinzas: el diagnóstico histórico (cuáles eran las condiciones que hacían posible el comunismo) y conceptual (qué era el comunismo). El Manifiesto comunista fue un libro de exorcismo. Y Marx y Engels, dos cazafantasmas.

3.

Hacer manifiesto el comunismo. Osado, valiente y discutible gesto de Marx y Engels. Arrogarse la posibilidad de decir qué es el comunismo contra todas las otras lecturas del momento, favorables y antagónicas. Medio siglo más tarde, en El Capital, la actitud sería otra: “Un simple análisis crítico de los datos en lugar de prescribir recetas (¿comtianas?) para los fisgones del futuro”, escribió Marx, dando a entender que su tarea consistía en comprender el funcionamiento de esa máquina social llamada Capital. La manera de enfrentarla, las posibilidades de desarticularla, las consecuencias de esa desarticulación, incluso los qué hacer del porvenir, no eran su preocupación. Eran, sí, su asunto, de un modo que, para poder serlo, debían no ser su preocupación.

Sin embargo, la ignorancia estructural no equivale a que el comunismo haya sido siempre ocasión de un gesto socrático, innovador. Nada de eso. Ha sido ocasión de atrocidades, de estupideces, de violencias, de torpezas. Lo sabemos. Como escribió y canta el cubano Silvio Rodríguez, “nadie sabe qué cosa es el comunismo, y eso suele ser pasto de la censura”. Pero el músico nos ha dejado un salvoconducto abierto: “Nadie sabe qué cosa es el comunismo y eso puede ser pasto de la ventura”. El hipercomunismo nace en ese salvoconducto.

4.

El quiebre -el cambio de ritmo y sentido- en la historia del uso masivo de Internet se inició en los primeros años dosmil y se profundizó radicalmente con la explosión de las redes sociales. Antes de que comenzara teníamos una internet centrada en el intercambio; cuando se esfumó la bruma hermosa del p2p nos encontramos con una internet centrada en el individuo. La mitología de las World Wide Web cuenta que, sobre todo a partir de sus versiones 2.0 y 3.0, internet es un tecnoanimal que se nutre del feedback generalizado y constante. Pero hay quienes hace otra historia: en lugar de ver el flujo, se detienen en el sujeto del flujo, o en lo que se supone de esos sujetos. Eso ha cambiado. La internet más anónima y comunitaria, menos antropomórfica, más parecida a un inmenso cubo de cosas del que muchos iban a sacar algo, se convirtió en esto que tenemos ahora: firmas, nombres propios como marcas, cuentas seguidas por millones de usuarios. Los usuarios random casi han muerto aplastados por la personalización extrema y la captura de datos masivos. Donde antes crecían cuentas de Soulseek comenzaron a proliferar descargas directas y plataformas de streaming. Hay gente que se pierde afuera de las redes sociales, para las que un sitio web es una rareza.

El intercambio se convirtió en comercio directo o indirecto, monetizado o por reacciones. Capturando al individuo en su lógica contractual, lo despedazó hasta volverlo prácticamente innecesario como unidad de medida. Opera por debajo la línea del yo. Y se ha generalizado hasta tocar átomos sociales que hasta poco antes nadie consideraba sitios de valorización. Los autos privados convertidos en taxis, el dinero no bancarizado convertido en dinero financiero, los sofás en camas alquiladas. Los genes, las neuronas. Y todos los derivados concebibles. Y los posibles, y lo anticipable. Todo mercado es un mercado a futuro, todo futuro ha de ser una operación de mercado: ese es el slogan del hipercapitalismo. Esto es importante para el hipercomunismo.

5.

Actuamos del modo en que actuamos porque vivimos en un mundo cuyo perímetro, su condición, es ese intercambio que llamamos mercado. Ese perímetro es, en definitiva, la máquina de decir cuánto vale lo que sucede en su interior e intentar, sistemáticamente, darle forma. Si el dinero capitalista consiste en la promesa objetivada de disponer de un medio capaz de acceder a todas las posibilidades, sin importar las condiciones ni consecuencias (justamente el dinero opera como erradicación, como promesa de in-condicionalidad), al darlo vuelta muestra su otro rostro, menos amable. El de ser el único medio capaz de acceder a todas las posibilidades. El regalo envenenado de lo exclusivo, su violencia más íntima, su calor insoportable.

El hipercomunismo no es simplemente sacar el perímetro. Ni siquiera redistribuir lo que dentro de él se ha producido. Es redefinir la cualidad y consecuencias de los intercambios. ¿Cómo actuaríamos sin ese perímetro? ¿Qué seríamos y qué podríamos ser sin ese perímetro? No hay modo de saberlo. Pero el hipercomunismo busca aprovechar esa ignorancia, ser una forma de mantener abierta esa pregunta, de aprender a vivir preguntando ¿cómo podría ser? De llevar a los intercambios hasta ese borde desde el cual ya no se puede ver su medida. De volverlos inconmensurables. Como en ese capítulo de Rick & Morty, en el que para destruir al capitalismo Rick llevan el valor de la moneda a 0. Ese es el caos inicial, o final. Luego viene el mundo de cosas que no tiene sentido cuantificar. La desacumulación originaria. Hipercomunismo es que prolifere la inventiva, y que desaparezca la dominación.

6.

El hipercomunismo, como ocasión de justicia, es la de una mayor capacidad de gobierno del tiempo en pos de la concreción de vidas como invenciones. Lo que nos afecta, lo que utilizamos, lo que damos, lo que recibimos, cesan de caer bajo una noción de trabajo y valor. O, mejor dicho, la cantidad se somete al vínculo. La sociedad de los contratos, que es la sociedad del cálculo, se vuelve la sociedad del acuerdo en función de la mayor cantidad posible de variables. Como escribió Vilem Flusser, una sociedad de jugadores (no de apostadores), en la que las reglas y objetivos del juego estén sujetos a constante revisión por aquellos que participan. En ese sentido, el hipercomunismo supera -no olvida- la aritmética para consistir en un intercambio entre incomensurables, en la media en que las propias reglas son revisables abierta e infinitamente). La regla, que supone la puesta en acto de valorizaciones, es a su vez valorada. Esa reflexividad del valor y su contingencia es condición de la incomensurabilidad.

7.

Siempre puede uno abandonar la búsqueda de dinero y morir de algo que el dinero podría evitar. Pauperizarse hasta el final. Pero eso, un suicidio, parece ser una venganza, operada sobre sí, frente al azote del capitalismo del que habló Albert Hirschman antes que un gesto de liberación. El dejarse morir sería el mínimo de libertad bajo el máximo de totalitarismo de mercado. Pero estaría muy lejos de ser un mínimo de liberación. El hipercomunismo elimina ese azote, es decir, elimina la necesidad del mínimo de libertad expresada como libertad de morir. Abandonar un trabajo (que es una libertad al interior del mercado) deja ser una libertad a cambio de la cual se asume no sólo un riesgo vital sino una precarización de la existencia, una vida en riesgo.

El hipercomunismo es el reconocimiento social de que para que sea posible el riesgo vital (es decir, la exploración contingente de la existencia) debe ser imposible la vida en riesgo (la determinación inevitable del final de una vida).

8.

Hubo un tiempo en todos los tiempos que fue soñado el fin de la desigualdades. Somos la continuación de ese sueño.

Hubo un tiempo que soñó con el fin definitivo de las desigualdades. No somos la continuación de ese sueño. Somos el tiempo que reconoce la renovación de las desigualdades, su retorno, su repetición. Somos los encargados de desactivarlas. El hipercomunismo no es un modelo social, ni un criterio de distribución, ni una figura de destino, ni una identidad. Es un principio de organización capaz de asumir millones de formas. Tan abstracto como un número y tan concreto como escribir ese mismo número.

9.

La desigualdad es una bomba mutante que siempre está estallando, que ya estalló o que está por estallar. El hipercomunismo es el intento de anticiparse y desactivarla, de apurarse a mitigar su daño, de disponerse a reparar lo que destruyó, de relanzar la posibilidad de lo justo.

 

Conseguí tu entrada

RESERVAR

Suscribite a nuestro newsletter