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Episodio 4: “Agendas del porvenir”, por Lorena Vega

Debates, Diarios

Los trámites se hacen en la puerta, por protocolo. Y los recuerdos y papeles viejos aparecen más íntimos que nunca a iluminar el presente y el porvenir. En cada agenda, un mundo.

 

Agenda 2020. 12 de agosto

Estamos como en una primavera adelantada. Hay algunos días de calor y sumado al anuncio de Rusia sobre la vacuna, en casa parecemos más energizados. Salimos con mi hijo a andar en bicicleta y nos fuimos a un parque a treinta cuadras. Por momentos él maneja con una sola mano en el manubrio.

Ayer renovamos el alquiler. Hicimos todos los trámites en la puerta.  Llegó la propietaria con su abogada y las carpetas en la mano. Firmamos en la vereda cada cual con su birome. Con la nueva ley de alquileres nos quedamos tres años más, pero como desde que nació nuestro hijo hago las cuentas tomando como sistema de medición su primaria me resulta más claro pensar que vamos a estar aquí hasta quinto grado.

Desde que entró al jardín participo de la escuela. El primer día de clases la directora dijo “quien tenga ideas, puede acercarlas”. Le propuse llevar a la salita naranja a ver una versión de Vivitos y coleando de Hugo Midón al teatro y de pronto estábamos llevando a todas las salas del establecimiento. Seiscientas personas entre niñas, niños, familiares y docentes. Seguimos por organizar las piezas teatrales donde actuaban las maestras, para terminar armando la Comisión Cultura que programó las fiestas de fin de año con recitales al aire libre y organizó un mural que mide quince metros de largo. Pasábamos muchas horas dentro de la escuela.

Decidí hacerle un diario a mi hijo. Escribirle todo lo que va pasando para que tenga registro de este tiempo. Anotar frases que él dice, cosas que hicimos en el día; e incluso quiero sumar datos de los años anteriores.

Busco en el cuartito de arriba mi diario de embarazo convencida que tiene que estar mezclado entre la pila de agendas. Era un cuaderno marrón de papel ilustración brillante con la foto de un reloj de pared en la tapa. Allí anoté el paso de la gestación mes a mes y reproduje lo mismo con el postparto hasta que se cumplió el primer año. Había anotado que a los dos meses a mi hijo le habían cambiado el color de los ojos y ya no eran celestes; a los tres meses, que crecía muy bien tomando solo teta; a los cuatro puse “es un momento muy malo con papá”; a los nueve, que le salió un diente y dice “chau”; a los once que arrancó un cable de la pared.

Ese diario no está.

Revuelvo todo y no lo encuentro.

A cambio aparece la agenda Bowie que es un anotador de hojas blancas lisas. Mide diez por quince, con encuadernación anillada en alambre doble T de diecinueve milímetros color negro. De solapas duras y blancas. Y en la portada tiene un dibujo que reproduce la tapa del disco Aladdin Sane de 1973 con el famoso rayo azul y rojo sobre el lado derecho del rostro de Bowie, pero aquí tiene los ojos abiertos. También tiene un elástico negro en la contratapa de esos que sirven para agrupar todo.

Agenda Bowie - Chile 2009

-Llegamos con Emilce a Punta Arenas. Es medianoche. Estamos en un taxi. Vamos a dormir solo cuatro horas en la casa de una sobrina de ella que se llama Karina y vive en el centro. A las cinco de la mañana tenemos que tomar un remis a la casa del señor Muñoz que queda en un barrio a una hora y media como si en Buenos Aires fuésemos de Caballito a Merlo.

-Hace una hora que estamos paradas en la fila. Hace un frío que jamás había experimentado.  Ya le dije a Emilce tres veces “esto es lo más al sur que estuve” y ella se ríe.  Llevamos muchas horas juntas nuera y suegra y nos estamos llevando bastante bien. Entre librianas nos entendemos. Hay cuatro personas antes que nosotras. La señora que está delante nuestro nos contó recién que Muñoz atiende desde las ocho de la mañana. Que las consultas duran una hora y que viene gente de todo Chile y de otros países también. Dijo “este hombre salvó a mi hermana los médicos le daban tres meses y hace seis años que sigue viva”.  Le contamos de mi mioma en el útero y que yo quería evitar la operación. Que no era algo riesgoso pero en el peor de los escenarios si no lograban extraer el mioma que a esa altura ya tenía el tamaño de un pomelo deberían extraerme el útero. “Muñoz es iriólogo cura cualquier cosa” dijo la mujer, y Emilce agregó: “eso le dije a ella apenas llegaron con mi hijo a Gallegos; a uno de mis sobrinos le quitó una alergia crónica a base de sopa de cebollas todas las noches durante un mes”.

-La fila se extiende casi toda la cuadra. Recién explicamos que tenemos pasajes de regreso a Argentina al mediodía y para poder llegar a tiempo a la terminal las cuatro personas que nos anteceden nos cedieron su lugar. Es de no creer la buena suerte.

-Llegó el turno. Entramos al consultorio de Muñoz. Ingresamos a la casa por un local a la calle que es un almacén de hierbas medicinales. Atiende en un cuarto con camilla. Es alto, morocho y con el aspecto de un trabajador de la construcción. Se parece a uno de mis tíos. Viste camisa cuadriculada, pullover azul, jean y mocasines. Habla bajo y cerrado. No dijo mucho pero lo poco que dijo no lo entendí. Emilce sí. Me hizo un gesto para que me siente. Prendió una linterna y me miró un ojo. Luego tomó una hoja, un lápiz y dibujó. El dibujo es idéntico a una de las últimas radiografías que me hice. Muñoz que no sabe nada de mí, ni de dónde soy ni porqué estoy en Chile, dibujó el interior de mi cuerpo con el volumen extraño en el útero tal como está identificado en las placas que me hice en el sanatorio en Buenos Aires. Me dijo que todos los días durante un mes debía tomar ocho vasos de jugo de manzana verde, o de uvas, o de peras o de zanahorias. Que coma sano, y que eso que tenía se iba a ir.

-Micro de vuelta. Estamos sentadas con los sándwiches de palta y queso que compramos en un bar. Cuando salimos de la consulta le di un abrazo a la señora con la que habíamos charlado en la fila. Emilce dijo que hacía mucho que no corría tanto, que le pareció muy buena la consulta y se reía de cómo yo no entendía a Muñoz cuando hablaba. Llegamos a la terminal de Gallegos y Gonza nos estaba esperando.

 

La agenda Bowie contiene también el registro de la operación del mioma que fue unos meses después. Dice “salió todo bien. Sacaron dos. El grande y uno chiquito. Mínimo dos años para embarazo”. Después hay unas cuantas hojas con listados de inmobiliarias y departamentos para visitar. Nos queríamos mudar de ése primer PH pero recién lo llevamos a cabo cuando nuestro hijo cumplió un año en 2014.

Pienso qué habrá pasado con el diario de embarazo. Pienso en la cantidad de pilas de cuadernos, de agendas, anotadores, cartas que dan vueltas en este cuartito de arriba y que no logro ordenar. Se me viene a la cabeza el mensaje de mi amiga Laura Névole después de ver Imprenteros. Lo busco en el celular.  Me mandó en 2018 “esta obra tiene que ver con el papel… las paradojas de un padre que trabajando rodeado de papeles no supo dejar ningún papel en orden”.

Comienzo a escribir para mi hijo. Su diario es una carpeta de River Plate con argollas plateadas y hojas canson número cinco negras. Escribo con corrector líquido opaco, con Liquid Paper.

Lo primero que escribo es “Dante 2020”.

En otra hoja pongo “Cumpliste siete años. Estás muy grande. Papá dice que vas a ser más alto que el abuelo Carlos. Esto que ves acá tiene forma de carpeta pero es un diario. En un diario anotás lo que quieras. Puede ser lo que ves, lo que pensás o lo que va pasando día por día. Y con el tiempo cuando lo volvés a leer si te olvidaste algo lo recordás. Acá vamos a escribir las cosas que te gustan hacer durante el día, los regalos que recibiste para tu cumpleaños que fue distinto a los anteriores porque estamos en cuarentena; las cosas que pasaron y pasarán (esto último me lo dictaste vos… “pasarán”) para que te acompañen siempre.

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