|

El tiempo de la poesía, por Daniela Aguinsky

Literatura

En ocasión de la convocatoria del Premio Storni de poesía en su segunda edición, compartimos un texto escrito por la ganadora del segundo premio en la edición 2021, Daniela Aguinsky, premiada por su libro Afecciones familiares. Palabras a propósito de la imposibilidad de definir la poesía y al acto poético, y un intento de buscar (pero nunca encontrar) ese lugar del que vienen los poemas.


Hace unos meses se casó mi mejor amiga y me pidió que fuera testigo de su jupá. Días antes me crucé de casualidad en una fiesta con el rabino que iba a casarla, y no quise desaprovechar la oportunidad. Entonces le pregunté si había algo qué tenía que hacer o decir cuando pasara a dar mi firma para el acta matrimonial. Él me miró, señaló el pecho y se tomó unos segundos. Me dijo: Vos solamente firmá. Cuando lo hagas, asegurate de usar la tinta del corazón.

El rabino borracho me había dado una clave: la poesía, lo que se escribe con la tinta del corazón.

Hasta el momento del casamiento de mi mejor amiga había escrito algunos poemitas, y no necesariamente me había preguntado por la materialidad y forma de aquellas criaturas. Le atribuía algo del orden de lo-que-no-se-puede-explicar y me bastaba. Desde que dejé la carrera de Letras hace ocho años, la teoría y el análisis literario ocupaban en mí un lugar inexistente (al que me acerqué de nuevo recientemente, por curiosidad). La poesía –como bailar– es plasticidad, una expresión del cuerpo que puede permitirse ser hermoso, fallar, hacer reír, conectar con la pena más profunda y espantar. No podemos definir la poesía (nada me interesa menos), solamente bordearla como la poesía bordea a la vida.

El trabajo de la poesía es estar disponible, dejarse atravesar. Ellen Bass dice que, al momento de escribir, está agradecida por todo poema que decida pasar a través de ella. Como los hijos, diría mi madre (o quizás mi padre), los poemas nos eligen. De los infinitos posibles, son estos y no otros. Es un misterio. El trabajo es dejarse traspasar por esa materia enigmática, ir descifrándola borrador a borrador.

La poesía es lanzarse, jugar, jugársela. En cada poema se juega la vida. Es riesgo. Después, abandono: el sueño, la distancia. Después volver, corregir, podar (a veces añadir, pero sobre todo podar) hasta lo mínimo necesario para que ese poema sea, y sea ese y no otro.

La poesía es del orden de lo vivo. Late. solamente te pide que estés ahí. Cuando escribís, cuando leés. Es tiempo presente, atención. Antes y después del poema no hay nada. A veces se encuentra, te encuentra. Otras veces no se encuentra ni te encuentra. A veces la busco con ansias en una persona o un libro, otras veces no quiero saber nada y me sorprende lavando los platos.

La poesía es un arma. Una forma de llorar. Una forma de reírse. De seguir. Unos ojos, una mano, un beso con lengua. La ropa interior del alma, decía Ferlinghetti. La soledad privada hecha pública, la distancia más corta entre dos personas.

Después de un poema, pienso, me digo: listo. No voy a poder escribir otro poema nunca más. Esta es la verdad, es lo último, lo definitivo, ya dije todo lo que tenía para decir y ya dijeron todo lo que podía decirse, ya entendí lo que podía entender, lo que no, no, y pregunté lo que tenía para preguntar. Y después aparece otro, y otro y otro poema.

Por eso la poesía no es pensamiento.

La poesía me golpea mientras duermo: a veces redonda, brillante, roja. Otras veces, a medio comer, podrida, deforme. La poesía es comer y de vez en cuando, escupir.

Otra de Lawrence F.: La poesía es poner a lavar el traje del cinismo. Ser ingenua. Una recién llegada al planeta Tierra. No dar por sentada la vida ni nada de lo que está hecha.

La poesía es lo contrario a la cripto, a la indiferencia y al aburrimiento, a la tibieza, a las modas, lo cool, a la rigidez, lo publicitario, lo técnico, a ser vueltero, a lo hegemónico, a llenar papeles de la Afip, a Instagram, al llamado éxito y a la estupidez.

Es lo contrario a la posverdad, porque el poema ilumina una verdad. El poema canta y resuena en alguien que se pone a cantar. El poema es ritmo.

La vida, decía mi rabino (Z’’L), no tiene sentido. Una le da sentido a la vida.

La poesía no vale nada. Por eso no tiene precio.

La poesía es una espalda amplia, líneas en el contorno de los ojos, una palabra mal pronunciada en otro idioma, un hombre desnudo durmiendo al lado tuyo.

Una ficción con espacio para lo genuino, una traición a la lengua, una lengua sin lágrimas (F. Morábito), es el robo, el homenaje, lo no naturalizado, lo completable, un momento chiquito abierto, para una y para compartirse.

La poesía es una manera de contar lo que no se puede de otra manera. Fuera del poema, son posibles de decir. En la vida real, una no tiene un coro que te cante al oído o te grite esa verdad que encierra eso que te pasa. La poesía usa el lenguaje para crear su lenguaje, y dice como solamente ella puede. (Esto es una bendición y una trampa). Escribir poesía es interpretar lo que vemos, haciendo.

Realmente no sé qué es la poesía. Tampoco podría decir para qué sirve. Pero hoy, un sábado de enero con lluvia, después de haber mandado varios mensajes sin respuesta, una tregua que me concede la muerte, una botella lanzada al mar (olvidada y encontrada), la capacidad de asombro, una amor correspondido, las preguntas y algo parecido a una verdad, que me hacen reírme en mi departamento y olvidarme que: tengo hambre, estoy sola, no tengo planes, ni ganas de cocinar.

La poesía como las cucarachas en verano. Nos hacen compañía en la noche calurosa y nos sobreviven.

La poesía no es crear nada. Es el encuentro, mirar al otro, mirarse, esperar. Ver qué aparece, qué hay, qué había ya. No es esfuerzo, en todo caso, una poda de ansiedad y pensamiento.

La poesía es tiempo. Es otro el tiempo de la poesía. La poesía crea su propio tiempo por fuera del tiempo, como el amor. La poesía nos ayuda a hacernos tiempo, a tener tiempo, nos da tiempo para ser nuestra propia compañía. Nos hace ver el tiempo desde afuera, es el segundo y la eternidad, el paso de los años, el instante y la década: todo el pasado vale lo mismo en un poema.

El poema calma, porque en un poema no hay futuro. Es el momento presente, sin expectativa, vive cuando se crea y vuelve a vida cada vez que se lee, como un muerto capaz de ser revivido.

La poesía no resuelve, la vida no resuelve, no queramos resolver.

Me di veintiséis años para escribir un poema y dos años para corregir un libro. También me di una actividad, la de fallar diariamente: escribir todos los días y el ejercicio de la espera. La poesía, quizás, un remedio para la ansiedad de quien escribe.

Cultivar la espera para cultivar el poema. El poema que venga va a ser urgente.

Conseguí tu entrada

RESERVAR

Suscribite a nuestro newsletter