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Trelew: un nuevo crimen de Estado, por Roberto Pittaluga

Debates

A medio siglo de la masacre de Trelew, el historiador y docente Roberto Pittaluga, uno de los creadores del CeDInCI (Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas) e integrante del Archivo Oral de Memoria Abierta y del equipo “Educación y Memoria” del Ministerio de Educación, reflexiona sobre cómo esta matanza de 16 jóvenes en 1972 constituyó una vuelta de tuerca en los modos de disciplinamiento y control social de la violencia estatal en la Argentina.


A diferencia de matanzas anteriores que quisieron ser ocultadas o permanecieron mayormente fuera del horizonte de visibilidad de la sociedad y la política argentinas, “la masacre de Trelew” fue, desde el principio, un hecho inocultable, un crimen en primer plano, y en las primeras planas. Precisamente por ello, ciertas características del fusilamiento, como también de cómo se lo nombra, exponen desde entonces unos rasgos relevantes y en buena medida novedosos del crimen de Estado contra opositores políticos.

Lo inocultable pasa a formar parte de la práctica y, paulatinamente, del diseño del dispositivo represivo, pero de una forma específica, que lo expone en el acto de su negación u ocultamiento. Las inconsistentes –y contradictorias entre sí– versiones oficiales de la masacre tendieron a construir un velo transparente sobre los hechos, a partir de una enunciación ambigua en la cual convivía lo oculto y lo inocultable, lo que se sabe y lo que se silencia o censura, lo reprobable y lo que se reivindica. Como en el discurso del capitán de navío Horacio Mayorga, pronunciado dos semanas después en la misma base Almirante Zar donde ocurrió el fusilamiento: “…pretenden acusar a la Armada de haber provocado una masacre intencional… La Armada no asesina”, para agregar inmediatamente que “lo hecho bien hecho está. Se hizo lo que se tenía que hacer”. La palabra oficial muestra que algo esconde para dejar el hecho en una zona ambivalente, una región entre lo dicho y lo no dicho, a fin de señalar que ese crimen está situado más allá de lo que puede decirse en los discursos del gobierno y la ley, sin dejar de pertenecer completamente a ambos. De modo que parte de su fuerza reside en exponer por la vía de esta ambigüedad discursiva la capacidad permanente de matanza de las fuerzas represivas y las clases dominantes que se ha desplegado en ese acto excepcional.

Conexamente, el lugar donde se produjeron los fusilamientos no es un lugar “alejado”, “otro lugar” –un basural, un descampado– una zona separada, un margen de la sociedad, un lugar especial. Se trata de una instalación estatal, de carácter público, que al ser lugar del crimen ostenta explícitamente el compromiso de las Fuerzas Armadas con el asesinato masivo de detenidos en estado de indefensión, y la imbricación de las instituciones de la ley y el estado de excepción, decretado el mismo día de la fuga.

El crimen de Trelew constituye –por estos y otros rasgos– una vuelta de tuerca en los modos de disciplinamiento y control social y de la violencia estatal, al prefigurar esa doble dimensión del exterminio planificado tal como se produjo en la Argentina: por un lado, la superposición de las funciones públicas formalmente admitidas para ciertos espacios y sus destinos cuasi-secretos en la producción y gestión del exterminio; por otro, una discursividad que disimula y a la vez muestra lo que se sabe sucede, pero lo hace en una media lengua, en enunciados distorsionados o en referencias que se derivan de específicos silencios. Ambas dimensiones cobrarán toda su magnitud pocos años después, cuando las prácticas del terrorismo de Estado dispongan el funcionamiento de los centros clandestinos de detención y desaparición de personas en instituciones destinadas a otros fines (comisarías, prisiones, escuelas militares, centros de salud, etc.), y cuando los saberes sobre la represión y la desaparición forzada se expresen alterados en el “por algo será”.

En esos primeros años 70, no fueron muchos los que advirtieron estos rasgos ya presentes en el crimen de Trelew. Quizás haya sido Haroldo Conti quien avanzó las impresiones más incisivas para pensar otra significación para este crimen, cuando afirmó –durante los masivos actos conmemorativos al año de la matanza– que “los marinos estrenaron o más bien repusieron […] otra forma de represión –la masacre– no ya como un hecho aislado sino, desde Trelew en adelante, como un método”, para agregar inmediatamente que “se propusieron que ese horror fuera ante todo una advertencia y el comienzo de una práctica”; de lo cual el autor de La balada del álamo carolina desprendía una lamentablemente certera prognosis: “se disponen a administrarnos, sin ningún reparo, todos los Trelew que sean necesarios”.

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