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María Silvia Rebagliati

Debates, Pensando en las infancias: aprendido y enseñado

Como parte de Pensando en las infancias: Aprendido y enseñado, propuesta del Centro Cultural Kirchner en la que figuras de todo el país con trayectoria en el campo de la pedagogía revisitan su propia niñez, la educadora, psicóloga social, escritora y magister en Filosofía María Silvia Rebagliati ofrece Habitar poético de infancia, una reflexión sobre ese período de la vida.

Habitar poético de infancia

El recuerdo es un poco de eternidad.
Antonio Porchia

Los latidos de mi infancia tienen formas de limón,
sabores de naranjas de ombligo,
aromas de mate cocido, de violetas y jazmines.
Sonidos de trotes de caballos con tarros de leche y panes flauta,
de tardes de lluvias con olor a tierra mojada.
De colores rosados de cielos de atardecer, de malvones rojos.
De calores de sol de verano, de mañanas heladas y noches estrelladas.

Tal vez, lo poético, tenga relación con ese estado de infancia, con la experiencia de un comienzo. Esa manera de habitar el mundo, como celebración de la forma y el sentido, de vivir en el país del significante, de un estar presente.

Allá, cuando el tiempo sin tiempo,
suspendido en el escondite secreto,
refugio entre las ramas bien altas, del árbol de níspero,
que (me) sostenían mi imaginación, por siempre jamás.
En el misterioso colgar del bicho canasto,
en la redondez persistente de los bichos bolita,
el peculiar andar del cascarudo y los
intrigantes caminos de filas de hormigas,
hasta descubrir el hormiguero.
En los nidos caídos con pichones hambrientos,
clamando por alimento inventado de pan y agua,
en el croar de sapos después de la lluvia,
a los saltos.

Tiempo de infancia, no como acontecimiento del pasado, sino como verbo, como devenir, como surgimiento siempre presente de nacer la vida, que dice la palabra que nombra a la vida y al mundo cada vez. Como lo ha dicho Heidegger, “poetizar es recordar”, en ese movimiento en que el recuerdo salta por encima del presente y llega como algo por venir, algo así como pensar lo que ha sido como lo aún no acontecido.

 

Las pequeñeces son lo eterno y lo demás,
todo lo demás, lo breve, lo muy breve.
Antonio Porchia

Mi pequeño primer mundo de infancia,
contiene todos los posibles mundos,
de pies en los charcos, manos en el barro,
de andar descalza sobre el pasto húmedo verdoso, pastoso,
de jugar a dar de giros y giros y giros, vueltas y vueltas,
hasta caer mareada mirando el cielo y vaya a saber a dónde volar,
de jugar con los movimientos de las nubes, buscando formas,
encontrando monstruos, animales inventados, rostros inquietantes,
seres extraños y bellos...

Pensar en términos poéticos apela al potencial infantil, al potencial simbólico, creador de lenguajes sensibles, nutridos de metáforas, símbolos, miradas, gestos, juegos, configuradores de mundos, otros mundos y sentidos. Hilado de una red secreta, que desde la imaginación alcanza lo ausente y desde los aprendizajes, los significados, en el mero estar ahí, en el hablar, mirar, contemplar, callar, llorar, en el sentir miedo, dolor y el silencio que quieren expresarse con todos los lenguajes.

En mi infancia anida lo recibido,
herencias compuestas de gestos mínimos de lo cotidiano,
que se vuelven mágicos,
en las tardes de meriendas en la cocina,
de vueltas en bici con amigas/os y hermana
(cuatro en la misma bici),
en la risa que explota y ahoga a carcajadas
de aventuras infantiles, en ausencia adultas.

Palpita ese tiempo inquieto como forma de sostener el asombro y percibir la vida como una novedad, de convertir la cotidianeidad en algo revelador, tiempo de intensidad de la vida, de la contemplación, ese tiempo aión,[1] ese tiempo de jugar.

 

En mi silencio sólo falta mi voz.
Antonio Porchia

Mis noches de infancia, son
el encuentro enigmático con lo oscuro y abierto,
el ensueño de lo infinito, interrumpido por el brillo
efímero e inquieto de las luciérnagas,
esos bichitos de luz, que a toda costa, deseábamos atrapar
y sostenerlas en nuestras manos entrecerradas,
para no dañarlas y contemplar su mágico alumbrar.

Mientras escribo y pienso, me dejo habitar por la ternura, por un tiempo y espacio para que se exprese y tejo una trama que busca mi propia voz, de nombrar de nuevo, con voz distinta, palabras con las que venía diciendo.

Voz, que inevitablemente, se encuentra con la polifonía de voces, otras voces para volver a nombrar aquello que habita el devenir de mi infancia.

¿Cómo habitar el lugar donde nacen las palabras?

Búsqueda de decir, de pensar, que deviene en una cierta manera poética, en un pensar poetizante y en una política, de estar atentos/as a la infancia, de escucharla, de vivirla.

Sí, lo poético tiene que ver con el acto de nacimiento, de aparición, de celebrar toda la potencia de la vida, contenida en lo que llamamos infancia.

Sí, el mundo y los seres humanos precisamos, más que nunca, de la infancia (Kohan, 2020).[2]

¿Cómo conservar, renovar, reinventar esa potencia y fuerza infantil de mirar y estar en el mundo?... De volverlo extraño y pensarlo, decirlo infantilmente, como si fuese la primera vez.

Bariloche, 2 de julio de 2020

 

[1] Fragmento 52 de Heráclito: “Aión es un niño que juega a los dados: de un niño es el reino”.

[2] Kohan, W. (2020), Paulo Freire más que nunca. Una biografía filosófica, Clacso.

 

Acerca de María Silvia Rebagliati

“Nací en 1954, en la ciudad de Buenos Aires, en el Barrio de Palermo. Me crié en la provincia, a 36km. de la capital, en un pueblo en medio de un paisaje de campo, calles de tierra y barro, lindando con el Barrio Villa Asunción, límite entre Paso del Rey y Moreno. Mi casa de infancia, con un jardín extenso de frutales, flores y plantas, quedaba a más de un kilómetro del “pueblo”, del Jardín de infantes y Escuela pública, de la Unión telefónica, de la Estafeta postal, de la Estación de trenes. La bicicleta y caminatas eran para mi hermana menor y para mí, medios para movernos en tiempo de escuela. La niñez y adolescencia transcurrió entre amigos/as de juegos y complicidad, en la escuela y el barrio, la mayor parte del tiempo, al aire libre. Y, la adolescencia y juventud, entre compañeras/os de búsquedas, encuentros y espacios de militancia, en luchas por cambiar el mundo. El tren fue el puente que enlazó mi infancia, con mis abuelos y la vida en la ciudad, y, en mi juventud, con trayectos a estudio y primeros trabajos. Elegí quedarme con la formación de maestra, de Nivel Inicial, estudié en democracia, me recibí cuando en nuestro país, se iniciaba la dictadura militar. Durante esos tiempos difíciles, de resistencia y sostén, trabajé en Jardines de infantes, en la zona cercana, en Pcia. de Bs As., de barrios de extrema pobreza y exclusión. Nacieron mis tres hijos, formamos una familia y por ciertas circunstancias, partimos a la Patagonia, a Bariloche, ciudad donde vivo desde hace 36 años (mi lugar en el mundo). Otros trabajos y amistades, compañeras/os, nuevas oportunidades, como educadora, como profesora de formación de docentes de Nivel inicial, apertura a otros estudios: psicología social, maestría en filosofía y caminos de búsqueda y encuentros, entre educación, filosofía e infancia, mucha militancia por la educación, políticas y derechos de infancias y, sobre todo, entre amigas y amigos, que junto a mi familia y la infancia de mis nietos y nieta, hoy nutren sentidos de estar en el mundo”.

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