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Instantáneas ilustradas, por Lucas Di Pascuale

Artes Visuales, Instantáneas ilustradas

Instantáneas ilustradas es un ciclo de microexhibiciones virtuales que forma parte de las producciones realizadas en conjunto por el Centro Cultural Kirchner, el Archivo General de la Nación (AGN) y la Secretaría de Patrimonio Cultural.

En ella, artistas visuales de distintos lugares del país retratan momentos históricos en torno a Belgrano. Las ilustraciones se hicieron a partir de anécdotas que, a modo de instantáneas fotográficas, capturan momentos de la vida del prócer. Las instantáneas fueron recopiladas y escritas por el historiador Javier Trímboli y acompañan las ilustraciones.

Las dos instantáneas que aquí se presentan fueron recopiladas y escritas por el historiador Javier Trímboli e ilustradas por Lucas Di Pasquale.

Belgrano y los “usos europeos”, 1819

José María Paz fue uno de los oficiales favoritos de Belgrano. A la vez, en sus Memorias póstumas (1855) no quedan muchas dudas de que es Belgrano la figura política que él más ha respetado. Produce una imagen prácticamente anteúltima del prócer, primero en relación con la Constitución de 1819. El día en que la hizo jurar al ejército auxiliar del Alto Perú “(...) trabó conversación y me dijo francamente: ‘Esta Constitución y la forma de gobierno adoptada en ella no es en mi opinión la que conviene al país; pero habiéndola sancionado el Congreso Constituyente, seré el primero en obedecerla y hacerla obedecer’. Volviendo a las razones de su modo de pensar decía ‘que no teníamos ni las virtudes ni la ilustración necesarias para ser república, y que era una monarquía moderada lo que nos convenía’. ‘No me gusta (añadió) ese gorro y esa lanza en nuestro escudo de armas, y quisiera un cetro entre esas manos, que son el símbolo de la unión entre nuestras provincias’”. La guerra civil acecha, de hecho sus tropas están involucradas en la lucha contra los caudillos –primero contra el santiagueño Borges, luego contra los del litoral–, y el recurso de la monarquía despunta en pos de alcanzar el orden y la paz. Ya no se conjuga este proyecto con la coronación de un Inca, particularidad que le daba otro tono, sudamericano y también en búsqueda de lo popular. Al anteúltimo Belgrano, Paz lo propone a través de la vestimenta. “El general Belgrano era un hombre generalmente respetado por sus virtudes y su mérito, mas su excesiva severidad lo hacía hasta cierto punto impopular. Su viaje a Inglaterra (entre 1815 y 1816) había producido un tal cambio en sus gustos, en sus maneras, en sus vestidos, que hacía de los usos europeos quizás una demasiada ostentación, hasta el punto de chocar los nacionales”. En una nota al pie construye el contraste: “En los años 1812, 13 y 14, el general Belgrano vestía del modo más sencillo; hasta la montura de su caballo tocaba en mezquindad. Cuando volvió de Europa, en 1816, era todo lo contrario, pues aunque vestía sin relumbrones, de que no gustaba generalmente, era con un esmero no menor del que pone en su tocador el elegante más refinado, sin descuidar la perfumería. Con sus opiniones políticas habían variado sus gustos, porque de republicano acérrimo que era al principio se volvió monarquista claro y decidido”.

Religiosidad

Héctor Tizón, en Sota de bastos, caballo de espadas (1975), lo imagina a Belgrano en tremenda soledad entre sus tropas, soledad que se acentúa antes y después de cada batalla. Cada tanto se deja atrapar en la traducción de la Despedida de George Washington. Pero la escena más poderosa que da cuenta de esa soledad lo liga a un rosario y a un crucifijo: “Se arrodillaba entonces, rosario en mano, sobre las viejas, gastadas, desparejas baldosas rojas del piso, en el centro del cuarto, pero las voces torpes, breves y cloqueantes de los cuervos en los tejados vecinos o el viento desparejo, simplemente, lo sacaban de aquellos padrenuestros. Se desnudaba entonces completamente y se metía en la cama, entrelazando los dedos de la mano que sostenía un crucifijo de madera –regalo de una dama cuarentona y salteña– sobre el pecho en actitud de difunto, tratando de evocar la definitiva neutralidad de la muerte, pero aun allí el viejo y duro cordón de la vida le traía voces, gestos, discursos de provocadores”.

Sin perder del todo la compostura, José María Paz lo reprende a Belgrano treinta años después, pues al enterarse de que el enemigo realista se acercaba a la posición que ocupaban –son las vísperas de la batalla de Ayohuma, noviembre de 1813–, sólo atinó a levantar un altar y “a decir misa que fue oída por todo el ejército”. Tizón apenas mueve esta situación en el tiempo o imagina una parecida: “Luego de la batalla y de la espantosa derrota, retirados del campo ya entrada la tarde, abrigados junto a un farallón, ordenó pasaran también a rezar el rosario que a poco interrumpió al mirar los rostros de los hombres: su seriedad brutal e inocente, el rastro mudable de sus risas y llantos, y fue la primera vez que sintió que acaso Dios estuviera más allá de toda misericordia”.

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