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Francisco Madariaga

Francisco Madariaga
Literatura, Poesía ya!

Todavía la luz, nuevo ciclo de poesía del Centro Cultural Kirchner, ofrece todos los meses, y a partir de una figura poética argentina y una selección de su obra, la mirada singular de diferentes artistas de la música, la literatura y el video. El ciclo tiene como objetivo el rescate de textos de poetas de todo el país ya fallecidos, cuyas obras han quedado agotadas o fuera del circuito comercial. Dafne Pidemunt y Juan Fernando García están a cargo de la curaduría y compilación literaria.

En esta segunda entrega, un homenaje al poeta correntino Francisco Madariaga (1927-2000), con una selección de sus poemas, una semblanza a cargo de Lucio Madariaga y un video realizado por Andi Nachon con música original de Ignacia Etcheverry.

Francisco Madariaga

Latitud humedal, por Lucio L. Madariaga

Hay tres imágenes que tengo entrelazadas, no puedo pensarlas de manera autónoma. Una es de la película Fitzcarraldo de Herzog; el barco siendo transportado por sobre la tierra que está entre los ríos Mishagua y Manu, en el Amazonas. Otra es el verso de mi padre, Francisco Madariaga: “Un tren que se ahoga en la catarata de las hojas”. Y la tercera es una anécdota con él un 30 de octubre de 1995 en la estancia San Cirilo, cerca de Caá Catí, Corrientes. Llegamos a media mañana, ya el sol calentaba los cuerpos. Entramos por el costado de la pista de baile y fuimos a ubicarnos a unas mesas. Baile nunca dejaba de haber, sonaba el chamamé en vivo en todo momento. La patrona estaba sentada en la puerta de la estancia, rodeada de gente que la atendía, observando y bendiciendo todo estratégicamente ubicada, parecía una mezcla de faro y de panóptico. Había una gran yerra, y metros y metros de parrillas. Ya entrada la siesta, y hasta la madrugada, al baile del chamamé con una mano, se le sumaban los tiros al aire con la otra y meta sapucai y vino por todos lados. La pista era pura polvareda, emulaba una fiesta de los diablos y las brujas en el claro del monte, y yo con diez años me metía a ras del polvo a juntar todas las cápsulas vacías que pudiera. Volvimos al amanecer del otro día. Nos habían llevado en auto. Recuerdo despertar con la primera luz, acostado sobre la falda de mi viejo, con unos estruendos fuertísimos en el techo del auto. Se nos había quedado enterrado en uno de esos caminos rojiarenosos de la provincia, donde los montados ni herraduras necesitan, y unos gauchos muy borrachos a caballo, con pañuelos celestes y colorados, que venían de la misma fiesta se pusieron a darle rebencazos a las chapas, y la tensión siguió aumentando, el frío también. Se bajó mi padre y comenzó a hablarles en guaraní, con una voz firme y entre la niebla les terminó pidiendo ayuda. Ya amaneciendo el auto estaba todo enlazado por delante, los gauchos sobre los caballos lo desenterraron, gritando, puteando en guaraní y con sapucais que se oían hasta el fondo de los esteros.

El origen estético de mi poesía no está en el surrealismo, es más, siempre anduve al costado de los grupos, medio desconfiado, como buen campesino. Sí lo encuentro en la fisiografía lujosa de la zona más subtropical de Corrientes, esas imágenes bien americanas fueron para mí determinantes. El surrealismo lo fue más en un plano estético de lucha cultural”. Con esta cita podría resumirse a grandes rasgos la génesis de la obra de mi viejo.

Si bien nunca renegó, al contrario, de la influencia del surrealismo (algo similar sucedía con Poesía Buenos Aires), al que le agradecía la herramienta moderna que le había brindado, las amistades y el acceso (años cincuenta) a los ensayos y traducciones de primera mano de la poesía europea, no se definía como un poeta perteneciente a ese movimiento de vanguardia. Sí marcaba la cancha, y hasta se ofuscaba, cuando lo querían emparentar con la gauchesca. No era surrealista, pero... Volviendo a la herramienta, me gusta pensar que el surrealismo en América fue un aliado de la naturaleza como un todo, por encima de cualquier intento gregario.

Hay que recordar que el mismo André Bretón cuando viaja a Martinica (ver Martinica, encantadora de serpientes, editorial Argonauta, con prólogo de Rodolfo Alonso) y observa la exuberancia vegetal, la naturaleza desbordante y maravillosa, junto con las consecuencias socio-políticas miserables del colonialismo y la esclavitud, para luego encontrarse con la poesía de Aimé Césaire y la revista Tropiques, afirmó que allí estaban los verdaderos fundamentos del surrealismo; en ese entorno natural y social se conjugaban la maravilla materializada, lo real maravilloso, el sueño lúcido, y la impronta urgentísima y subversiva contra toda injusticia. Sea Las Antillas, Argentina, Venezuela, Brasil, Colombia, México, Perú, entre ¿todos?, ¡Corrientes!, el continente americano tenía, y tiene, esas hermosas y demenciales características.

Y ¡Corrientes! estaba ahí para mi padre todo el tiempo -y viceversa- con sus esteros de oro, lagunas rosadas con tortugas, el horizonte de palmeras yatay, los yacarés migrantes entre espejos de agua, los yaguaretés del secreto y el camino guaraní, monos del monte, carpinchos mansos, ñandúes gambeteadores que esconden sus huevos en los pastizales, aguará guazús de las islas, las tropillas salvajes, las yararás hermanas, y el paisanaje colérico y tiernísimo, desamparado y fiestero, con sus costumbres híbridas mestizas, gauchiafroguaraníes, donde conviven lo pagano y lo cristiano, la Hechicería y Dios.

Al venir a vivir a Buenos Aires a sus catorce-quince años tenía todo eso metido en su cuerpo, y gracias a la poesía encontró su manera de expresar ese fuego “nativo puro que arroja paisajes por la nariz”, como así también entender (y comprenderse en) las desgracias familiares y el desarraigo, no sin cierta nostalgia, pero furiosa e incontenible, que hila y ruge, y sigue.

Septiembre de 2020

Poemas

Lágrimas de un mono

Yo quiero cautivar tu desesperación, oh mono
adiós.
Tiemblas tanto en tus islas negras, oh mono
adiós.
En los embarcaderos el color encendido en tus
ojos tiene tanta fe.
Oh mono, retén el equilibrio de tu asombro.
Yo ya tiemblo en tus islas, mono adiós.
Tu odio virginal es idéntico a cuando se cruza
mi alma con el mundo.

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El verdadero país

¿Es otra la alegría?
Por las veredas ardientes de pronto me estremezco
de mi armonía en este instante.
¿Qué atentado lúgubre arroja al equilibrio de su
claro destino?
¿Qué mecánica de orden inclemente y perfecto
sonido, qué irrupción metálica de golpe
nos devuelve a la sombra de las canallas
herencias de sol negro?
Tiembla el asilo de la vida.
Virtuoso bebedor del agua del diamante, tiéndete
a bramar contra el enorme globo rojo de la
idea.
Ese tambor de sangre es tu país.

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Tembladerales de oro

El dolor ha abierto sus puertas al agua de oro del oro
que arde contra el oro el oro de los ocultos
tembladerales que largan el aire de oro hacia
los rojos destinos pulmonares con el acuerdo de
los fantasmas de oro coronados por los juncos de oro
bebiendo los caballos de oro los troperos de oro
envueltos en los ponchos de oro -a veces negro
a veces colorado celeste verde- y el caballero que repasa
las lagunas de los oros naturalmente populares
el que se embarca en las balsas de oro con todos
los excesos de pasajeros de oro que manejan los
caballos de oro con los rebenques de oro bebiendo
en la limetilla de oro del barro de oro de los sueños
de los frescos del oro entre la majestad de las
palmeras de oro y de los ajusticiados y degollados
en las isletas de oro bajo de yacarés de oro
del oro del amor.

In memoriam Alfredo Martínez Howard

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Puente Florencia

I

Todo se olvida.
El rumor es un puente.
El color es un puente.
La mirada de un ciervo que olfatea un
tesoro,
es un puente,
y vuela con el ave que se aleja del
invierno natal.

Vuelan todos los puentes.
Las comunicaciones estallan en fuego y
transparencia.
Sólo nos queda el puente del olor del
infinito,
la pasarela para el tigre de los sueños.

II

Ya se aproxima el viejo invierno
con su canción de baja zona;
el horizonte eleva un puente
con el terror de una paloma.

En el estero hay una brisa
con una garza que reposa
sobre la escarcha de una selva
que al agua entra y se desfonda.

Tiene el sonido una esperanza
de libertad, y un fuego de oro.
Olor a ciervos que olfatean
entre las pajas un tesoro.

A Oscar Portela y Florencia Madariaga

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Llegada de un jaguar a la tranquera

Desciende, agua criolla.
Paraje, desciende, ¡pero muy bien montado!,
con apero del oro de las guerras
y los rodeos en llanuras gateadas.

Espartillo, áspera y delicada cabellera del
terror correntino,
canta una canción de hada de llanura.

Desciende, palmeral del borde del estero,
para beber la luminaria caída de la tormenta
de la raza.

Entrégate, oh el antiguo, ex guerrero, ahora
cuatrero, vengador de la estancia delicada,
solitaria en el llano del llanto,
llano del aguacero,
y pon tu estribo de oro y de reserva
para bajar a beber miel y estero:
Que ha llegado un jaguar a la tranquera.

a Gaspar Madariaga y Matilde de Horne

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Criollo del universo

El blanco océano gira en mi corazón
mientras canta el otro océano de plata amarilla,
que se desprende de las aguas del sol.

Ya es muy tarde para ser sólo de una provincia,
y muy temprano para pertenecer,
todo,
al planeta del venidero y sangrante
resplandor.

Oh, acude a mí, a mi jerarquía de peón del planeta,
gaucho con trenzas de sangre,
mi padre,
y ensíllame el mejor caballo ruano del universo:
para atravesar el agua de oro de la muerte,
y escucharme,
todo,
siempre en ti.

El blanco océano solloza por la inmortalidad.

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Viaje estival con Lucio

-Aquí ya empiezan a haber caballos-
me decía.
Y el viento del nordeste comenzaba a ser verde
entre los colores del agua de la infancia.
Estábamos ya muy lejos de los bronces, los
mármoles y los floreros pintados "al gusto de
la familia" en los cementerios municipales.

Todo aquello quedaba atrás, y el sueño del viejo
tren casi fluvial nos envolvía.
Mi pequeño hijo de siete años y yo teníamos en
las manos las ramas de las estrellas y
el resplandor lentísimo de los ríos rosados,
donde sangraba el sol de los caballos, las
vaquerías y las antiguas guerras.

Era el primer viaje solos en el tren marrón que
no quiere morir.

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Un palmar sin orillas

El muerto en la campaña del otoño
ha vuelto a florecer en mi
memoria.
Ha vuelto el rostro contra huellas,
y ha arrancado la raíz del maíz terrestre
y celestial,
crecido en los parajes de sangre y
caballadas.

Para nada ni a nadie reconozco en mi
memoria
un poder mayor que el agua del País de la
Garza Real,
o sólo tal vez al color del padre muerto
que vuelve a reclamar su derecho a un palmar
sin orillas,
internándose en un desaparecido mar.

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Francisco Madariaga, por Andi Nachon

Realización: Andi Nachon
Música original: Ignacia Etcheverry
Edición: Luz López Mañé

Agradecimientos: Lucio Madariaga, Papu Curotto, Eric Elizondo

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