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Episodio 4: “Balance provisorio para una cuarentena en curso”, por Martín Kohan

Diarios - Marzo/Abril 2020 - Las hipótesis provisorias y otros sentimientos

Debates, Diarios

Diarios - Marzo/Abril 2020 - Las hipótesis provisorias y otros sentimientos

¿En qué se parece la realidad de la cuarentena a la sensación de estar en viaje? El tango “Volver” multiplica sus sentidos a medida que la normalidad se va desdibujando. ¿Por qué resulta imposible cambiar de tema? ¿Qué lo impide? Martín Kohan realiza en su última entrega un balance que se impone provisorio mientras ensaya una evocación de la lejanía.

1. Volver

¿A qué se parece, en fin, a qué me recuerda todo esto? Se parece mucho a viajar, me recuerda mucho a mis viajes. Por una razón más bien simple, más bien clara, que es que extraño Buenos Aires. Es decir, nada que ver con la vuelta al mundo alrededor de mi cuarto, nada del orden de la fantasía (yo nunca fantaseo con viajes) ni con la hiperconectividad (lo que hago yo en las redes no es ni se parece a viajar). Es esta sensación que, con el paso de los días, se va acentuando, se va imponiendo. De pronto extraño el Bar La Orquídea, de pronto extraño el Café de Hugo. Me encuentro pensando de pronto en algunas estaciones del subte B (Callao, Uruguay; incluso Leandro N. Alem, que no me gusta). O en el recorrido con escalas entre Los Galgos, La Ópera, Zival’s, la librería Sudeste, El Gato Negro. Extraño el envión de la avenida Córdoba cuando baja (desde Riobamba hasta Pueyrredón, desde Scalabrini Ortiz hasta Uriarte). Extraño la cancha de Defensores de Belgrano. Extraño la cancha de Boca.

Estoy en Buenos Aires, ya lo sé; pero la extraño en la cuarentena. La extraño como cuando viajo, solamente cuando viajo. Los viajes y la cuarentena, asemejados por una sugestión idéntica, me llevan a una misma clase de evocación, las mismas ganas de estar de vuelta (me calma saber que esos sitios están cerrados, que no siguen su vida de siempre, solo que sin mí. Los viajes, en ese sentido, me afligen más, me ponen peor, son más dañinos). En un caso y en el otro, lo que quiero siempre es volver. Los tangos de Carlos Gardel me han formado en ese sentido (“Volver”, por supuesto, que es como un manifiesto; o “Anclao en París”, que es su complemento); se educa la nostalgia no menos que cualquier sentimiento, se cultiva de una forma semejante.

Todo esto me recuerda a mis viajes, aunque sé que no es lo mismo desplazarse que estar fijo; que el empalago de la propia casa no es igual a esa mezcla de intriga y de congoja que me suscitan los lugares que no conozco (mucho más si acaso están en otro idioma). Pero hay algo más en esta asociación, ya me doy cuenta. Y es lo siguiente: mis únicas experiencias de encierro se han verificado siempre en viajes. No hay ninguna circunstancia así, de no poder salir, en mi vida, que no se haya producido viajando. Puedo especificar: hoteles pitucos en zonas desoladas, sin nada alrededor (enumero: Río de Janeiro, Porto Alegre, Canoas, Los Ángeles, Comodoro Rivadavia, Moscú) o en feriados (feriado en Brasilia, shabat en Jerusalén); residencias confortables pero alejadas (Cienfuegos), departamentos en barrios que se ponían espesos con la caída del sol (New Haven), hoteles de las afueras para pasajeros en tránsito (hoteles de la nada y en la nada: Barcelona, Guadalajara, Campinhas); lugares diversos, en fin, en los que debí quedarme adentro. Y si ahora me la paso yendo de la cama al living, entonces me la pasé yendo de la cama al lobby. Siempre sin poder salir, siempre encerrado. Pensando por momentos, no siempre sin angustia: “Si ahora estuviera en Buenos Aires, podría salir”.

Pues bien, ahora estoy en Buenos Aires. Y sin embargo, no puedo salir (cómo no va a recordarme todo esto a los viajes, cómo no va a parecerse a viajar, si la situación es prácticamente igual, si el dilema es prácticamente el mismo).

2. La normalidad

No me gusta la normalización, en el sentido en que la definió Michel Foucault, pero sí la normalidad, en el sentido en que la definió Carlos Tévez. La normalización, ya sabemos: tiene que ver con el control, con el poder, con la exclusión, con el disciplinamiento. Pero la normalidad (no cualquier normalidad, pero sí la que definió Carlos Tévez) convoca cosas muy distintas. Las cosas de un desde siempre, o con efectos de un desde siempre. Las que se van sedimentando en el hábito, las que prevalecen con la verdad de las costumbres, las que persisten y perduran y a la larga siempre están. Por supuesto que los hechos de excepción tienen su impacto, negarlo no tendría sentido; resuenan precisamente por eso, porque son excepcionales, porque ocurren muy cada tanto. Pero la historia de fondo está hecha de eso otro, de eso que la Escuela de los Annales calibró en la longue dureé. La intensidad de la excepción tiene lo suyo, y de hecho marca memorias; pero lo bueno es que a la larga se vuelve a la normalidad (es así o es al revés: la normalidad es la que vuelve). Hasta Lenin y León Trotsky, en los días más intensos de la historia del siglo XX, precisaron que en algún momento algo así como un día normal se estableciera y se estabilizara.

Se echa de menos la normalidad cuando falta por cierto tiempo. Ahora nos falta. Vivimos en la excepción, y ese rumor apacible de la normalidad no está. Sobre todo porque la excepción tiende a ser usurpadora, pretende la duración, se insinúa como normalidad y quiere ser tomada por ella. Quién más, quién menos, con angustia o con resignación, con pragmatismo o con entusiasmo, con rencor o con optimismo, todos nos habremos ido forjando (forjando o fraguando) una especie de rutina de cuarentena. Como si pudiese, la excepción, convertirse en normalidad. De ahí que esta normalidad de encierro nos resulte finalmente forzada. Es por eso que nos sostiene, pero al mismo tiempo nos fatiga; que nos protege, pero nos exige; que de a ratos nos anima y de a ratos nos desanima.

Nos falta la normalidad. Que vuelva, aunque sea distinta. Que vuelva, aunque sea cambiada. Una cosa, después otra, y después otra, de la forma en que sabíamos, de la forma en que solíamos. Hasta las sorpresas funcionan mejor con trasfondo de normalidad, la aventura la precisa para poder ser aventura. Nos falta la normalidad.

Ya va a volver.

A la larga, siempre vuelve.

3. Cambio de tema

El tema de la muerte es complicado. A veces uno está de ánimo para ocuparse del asunto, pero otras veces no. Y si se convierte en el tema general, entonces la cosa se pone brava. A eso se refieren los gobernantes cuando comparan la pandemia con una guerra, cuando la describen con términos bélicos. A que el tema de la muerte será un tema general, el tema del que se hablará, el tema del que de hecho se habla, puede incluso que sin mencionarlo.

El cambio de tema es un dispositivo indispensable para la vida social en general; en la literatura, en particular, puede ser lo decisivo.

La vuelta a la normalidad traerá también esa posibilidad, hoy tan dificultada, por momentos incluso impedida: la de cambiar un poco de tema.

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