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Episodio 3: “Percepción”, por Agostina Mileo

Tercera entrega de su Diario ”Duelo en tiempo de duelo. El escepticismo también tiene corazón”

Debates, Diarios

Tercera entrega de su Diario ”Duelo en tiempo de duelo. El escepticismo también tiene corazón”

¿Acaso la pandemia es un tiempo fuera del tiempo? Y si así fuera, ¿cómo reconocer las ausencias, cómo reconocer lo que falta, lo que ha muerto en este contexto completamente nuevo? Como en una mesa de laboratorio, Agostina Mileo extiende la muerte de su padre ocurrida en estos días. La muerte sigue allí, pero se resiste a su disección.

 

Creo que una muerte en pandemia es más difícil de asimilar pero más fácil de sobrellevar. El motivo es el mismo: la ausencia de evidencia de la ausencia. Entre marzo y septiembre lo vi una sola vez. En la vida anterior lo veía una vez por semana. Me pregunto si ese motivo de ilusión colectiva –el fin de la pandemia– no será el principio de una desilusión personal y crónica cuando no llegue el reencuentro.

La muerte es muy definitiva, pero tal vez este tiempo sin mi papá sea un letargo. Sé que se murió, pero no tanto si ya me di cuenta de que se murió.

Esta es una disyuntiva científica clásica, por eso la educación en ciencias se basa en experimentos. No conocemos los fenómenos por lo que sabemos acerca de ellos sino por cómo participamos de ellos. La evidencia, lo observable, está. Lo vi en el piso de la cocina, lo reconocí en la morgue y varios amigos me dijeron que era muy importante y muy bueno que lo haya hecho porque impide la negación. Sin embargo, aún no repliqué el fenómeno para constatarlo. Hace un rato que no está pero todavía no me faltó. Una cosa es saber que se murió y otra, efectivamente no verlo nunca más.

No hay que llevar el darse cuenta al burdo “ver para creer”. Tampoco es necesaria la vulgaridad de ejemplos como la fuerza de gravedad o las ondas sonoras. Hay discusiones muy interesantes sobre preguntas como ¿es necesario ser pobre para trabajar en temas sobre pobreza? La respuesta con la que me quedo: no, pero no es lo mismo.

Sin embargo, lo que me pasa en este momento y tanto me extraña de mi misma es que la pregunta que me subyuga no es científica. No es ¿necesitaba que se muera mi papá para saber acerca de la muerte de un padre? sino ¿quiero saber cómo es no tener papá?. Y la respuesta es no. Y la ciencia implica voluntad aplicada al deseo de saber.

Cuando me enteré de que se había muerto James Gandolfini recién había llegado de cenar con él. Lo llamé para avisarle. Se puso contento porque nunca me acordaba de notificar que había llegado y pensó que lo llamaba para eso. Se puso triste porque lo amábamos, pero sobre todo porque era joven. Tony Soprano nos hizo empezar a tomar Glenlivet y a decir cent’anni cuando brindábamos en los cumpleaños. Igual, lo lamentamos como algo ajeno. 

La última muerte de la que hablamos fue la de Sandro. Yo había estado muy triste en el aniversario de su cumpleaños, había sido mi día de cuarentena más melancólico. Tenía una sensación de pérdida irreparable, de algo arrebatado. Cuando le dije que hubiera cumplido 75 me contestó “¿solo 15 años mayor que yo era? ¡qué viejo soy!”. Yo le contesté “se murió muy joven y estuvo hecho mierda mucho tiempo antes de eso”. De nuevo, lo ajeno.

Me pregunto si esa necesidad de enajenarnos de las muertes jóvenes que nos dolían era una reminiscencia de la visión clásica de la ciencia, la distancia que se suponía necesaria respecto del objeto de estudio para que las emociones no nublaran el juicio. Y si que mi papá se haya muerto a los 60 no es una muestra de una visión del quehacer científico más contemporáneo, en la que la experiencia nos sitúa en conexión con el objeto de estudio y explicita nuestra perspectiva sobre él. 

Me causa un poco de gracia pensarme tan obsesionada con mi trabajo que hasta la muerte de mi papá me parece un motivo para argumentar a favor de la falsedad de la pretensión científica de universalidad. Realmente me desespera que muchos colegas sigan pensando que el contexto de descubrimiento no es parte del saber. Que sigan hablando de un conocimiento sin sujeto. Y me desespera porque me parece inmoral, ya que todos saben que esa perspectiva es muy poco seria e instiga posiciones polarizadas. Creo que a él también le causaría gracia, siempre le pareció que mis motivos de exasperación eran de lo más extraños.

Digo creo, pero en realidad lo sé. Sé que se retorcería de risa si supiera que una parte de lo que me molesta de su muerte es que me otorga un privilegio epistémico para un conocimiento que no quiero desarrollar. Siempre supe lo que pensaba. Aunque le creí lo de que tenía miedo de morirse mientras nosotras fuéramos chicas cuando en realidad tenía miedo de morirse joven. Tal vez fue un error de cálculo y equiparó nuestra infancia con su juventud, pero no creo, era muy bueno haciendo cuentas mentalmente y estaba muy orgulloso de eso. Evidentemente sabíamos lo que temía, pero ahora me doy cuenta. Y es desgarrador que siempre hayamos sabido juntos pero que me haya dado cuenta sola. Como si no hubiéramos hecho ciencia.

Esto último no es así. Es solo un pensamiento triste. Nos dimos cuenta de muchas cosas juntos, incluso de que se iba a morir. Me acuerdo del momento. Primero, supe qué era la muerte, que la gente se moría y que a él también le iba a pasar. Él ya lo sabía. Pero otro día me enteré de que las tortugas viven como 100 años. En ese entonces ya tenía a Chistita. Y me angustié pensando que cuando yo me muriera no iba a tener a quién dejársela porque él ya iba a estar muerto. Y ahí los dos nos dimos cuenta de su muerte. De que el fenómeno no era saber que en un momento sus funciones biológicas iban a cesar, sino que yo iba a vivir sin él.

En cada una de nuestras comidas semanales brindábamos una o más veces. Él decía “que nunca falte”. Siempre me emocionó porque me hacía verlo antes de ser mi papá, cuando le faltaban cosas: su papá, la altura necesaria para ser arquero de la selección, plata para viajar por el mundo. Esté con quién esté, yo brindo antes de tomar el primer sorbo, en cada buena noticia y cuando alguien llega a una buena conclusión. Quiero decir “que nunca falte”, pero falta él. Así que estoy usando otro de los de Tony, el que se le dedica a los muertos, “buon’anima”. Al menos hasta que me dé cuenta de que se murió y pueda usar su brindis para que deje de faltar.

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