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Episodio 3: “Las categorías del personal de salud”, por Manuel Hermelo

Tercera entrega de su Diario “El Hombre Tela. Crónica de un contagio”

Debates, Diarios

Tercera entrega de su Diario “El Hombre Tela. Crónica de un contagio”

Saliendo del coma, todo es confuso. Todos ahí afuera se han vuelto “personal de la salud”. Incluso los amigos que controlan amorosamente desde el chat. Todos aquí parecen saber más que el enfermo. Y la salud no aparece.

 

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Las categorías del personal de la salud

Sobre todo a la noche cuando mirás el techo de una manera fija y lográs enfocar toda tu atención, sentís un zumbido leve al que llamás el satori de la habitación. Son los ejercicios nocturnos que hacés, las primeras noches desde que te despertaron, para pasar el tiempo. Otro es escuchar música de un solo compositor, puede ser Mozart, Charlie García o Caetano Veloso. Elegís uno y merodeás alrededor de él durante toda la noche. Otro ejercicio es mirar el reloj blanco que no tiene números, ese que está en la pared de tu cuarto y te pasás las horas adivinando qué hora es. Nunca podés estar seguro. Ese fue el primer signo que tuviste de que a tu mente todavía le faltaban algunos ajustes. Otro ejercicio de distracción fue cuando elaboraste esa clasificación del personal que te atendía. Primero están los Metaleros, generalmente cirujanos, son la pesada del rock and roll. Ahí entran los que sacan y ponen caños, ese es el núcleo duro. Después vienen los Metaleros Blandos. Por ejemplo el kinesiólogo, que siempre te hace hacer ejercicios que no podés cumplir. De este gran grupo estridente viene otro grupo con características opuestas: son los Budistas, básicamente enfermeras y enfermeros. Son los que te limpian la caca, te cambian el papagayo, te higienizan, te bañan o entran a la habitación y te preguntan si estás bien o si necesitás algo. Un día mientras te bañaba, una budista te agarró las pelotas y con las pelotas en la mano te dijo ahora te voy a limpiar a los amigos, y vos te reíste con tanta estridencia que los veinte puntos que te dieron te dolieron como nunca te habían dolido. Después de los budistas existe una logia a la que llamás los Eclécticos Extractivistas. Aparecen a altas horas de la noche, o cuando menos los esperás. No sabés qué profesión tienen, pero siempre vienen a sacarte algo, generalmente sangre o también algo abstracto que puede ser información enigmática. Nunca te dicen nada, ni quiénes son, ni para qué hacen lo que hacen o por qué. Vos tampoco les preguntás, los dejás actuar a su modo. Una vez, un ecléctico extractivista te metió un hisopo en el culo y después lo guardó en un frasco y se fue sin decir nada. El último que viste fue una mujer que apareció una noche a las tres de la mañana cuando ya estabas casi curado y te dijo: “Vengo a analizar tus signos vitales”. Vos le respondiste: “Están a full”. Pero a ella pareció no importarle y comenzó con sus protocolos neoplatónicos. De estas categorías queda una que está encima y por debajo y que también atraviesa por el medio a todas las demás categorías. Son los Dioses Olímpicos. Los tres médicos que te salvaron la vida. Pero para esos dioses preferís el anonimato, además ellos no usan nombres sino avatares, y mutan en cada reencarnación.

 

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Algunos descubrimientos al despertarte luego de ocho días de coma inducido:

-Estuviste muy grave. Mucho más de los que imaginabas. Cuando hablás con tus amigos te das cuenta de que algunos se preocuparon mucho. Antes de irte del hospital vas a oír lo del respirador y unos días después, cuando salgas, vas a ser plenamente consciente de que en realidad estuviste a muy pocos centímetros de la muerte.

-Caminar por el cuarto es una tarea titánica. Te ayudás con una silla que vas arrastrando o te apoyás en la pared.  El médico te dijo que no era por debilidad, sino porque habías olvidado cómo se camina.  Perdiste el sentido de la orientación.

-Estas extremadamente flaco y tenés la cara demacrada.

-A la noche tenés alteraciones visuales.  Por ejemplo, ves pelotitas   transparentes y brillantes pegadas a la pared hasta la altura de la puerta, pelotitas rojas en el sector medio del cuarto y azules más arriba. Ves guirnaldas de papel higiénico colgando desde el techo. Creías que era un efecto del virus que alteraba la percepción. “A unos les saca el olfato y a otros le modifica la vista”, decías. Pero el médico te corrigió: “lo que vos ves no es producto del virus sino de las drogas que te daban mientras dormías”.

-Por iniciativa de un ser alado, distintos amigas y amigos están dentro de un mismo grupo de whatsapp y de esa manera pudieron estar al tanto de las noticias.  Recibís tanto amor que eso te fuerza a estar bien. Te da vergüenza haber hecho sufrir a los que más querés.

-No podés dormir, vas a estar cinco o seis días sin dormir. No te molesta, te acostumbraste a no hacerlo. Alguien te dice que si dormiste ocho días podés estar otros tantos sin dormir.

-De tanto saca y ponga de tubos y cánulas, tu voz tiene una tonada robótica muy notoria.

 

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Hoy caminás por la Karl-Marx-Allee, un bulevar en Berlín. Charly Nijensohn, tu amigo que vive en Alemania, te saca a pasear con su teléfono. Todavía tenés las cánulas puestas que te salen por debajo del barbijo, como si fueras un títere o Chucky, el muñeco maldito. Le pedís que por favor que no te mire por la cámara del teléfono y que se concentre en mostrarte la avenida. La Karl-Marx-Allee tiene aproximadamente noventa metros de ancho y dos kilómetros de largo. Salvando las distancias se parece a la 9 de Julio. En la época de la RDA, el bulevar se llamaba Stalin-Allee, era la “quinta avenida” del comunismo berlinés. Hoy la ciudad explota de sol. Rayos de luz finísimos se esparcen por los árboles, penetran en las ramas, rebotan en el piso y en las paredes de los edificios. Sentís el aroma al verano que está del otro lado del teléfono y te llega al invierno del hospital. Charly prueba diferentes ángulos, tomas y zooms. Es un fotógrafo profesional y un artista del paisaje, pero ahora con su Smartphone juega con vos y te acerca imágenes, rincones, formas que aparecen mientras caminan juntos. Se mete en las calles, jardines y recovecos que están al costado de la avenida. En un momento te muestra la silueta de un edificio y te pregunta si querés conocerlo. Es el lugar donde se hace la Berlinale, el festival internacional de cine más importante de Alemania. Se acerca más y va a la cartelera, te quiere mostrar las películas que están dando en ese momento. Aparece el poster de Berlin Alexanderplatz, no es la película de Fassbinder sino una versión actual de un director danés. Te sentís en el centro de la cultura, extrañás la vida cultural, pero sobre todo extrañás el teatro. En la calle hay muy poca gente, generalmente jóvenes multiculturales que se ríen y caminan despreocupados. Pese a que todavía estás muy débil, te estás recuperando. Durante el día, cuando podés, mandás comunicados al grupo de whatsapp donde están todos tus amigos, hablás de bisontes amarillos o ranas melenudas o hacés ridículas y extrañas coreografías con vendas. Querés devolverles algo de tu espíritu y mostrarles que estás bien cuando todavía no lo estás. El grupo de whatsapp es heterogéneo y amplio, se llama Salve Selva, y mientras caminás por Berlín sentís que te estás salvando. Te considerás un resucitado.  Una amiga antropóloga te corrigió y te dijo que, si no estuviste muerto, no sos un resucitado. Vos le respondiste que es sólo un sentimiento provisorio. Otra amiga te pregunta si viste el túnel y una tercera te susurra que todo va a pasar, que ahora no tenés conciencia pero que la vas a recuperar. Te aclara que Buda te diría que debés aceptar todo y que no necesitás del miedo. La Karl-Marx-Allee te alegra el día. Lo hace de una manera profunda, como si fuera una iluminación. A bocanadas de aire limpio y por primera vez después de mucho tiempo, te sentís feliz.

 

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El clínico te dice que un cirujano te va a sacar la sonda nasogástrica. Estás contento. Cada cosa que te sacan es volver al cuerpo, a tu verdadero cuerpo. Ya van quedando pocas cosas, las demás sondas ya te las sacaron, también te sacaron el oxígeno. Se abre la puerta de la habitación y aparece un cirujano que no conocés. Te pide que te sientes. Te pone una venda que te impide ver lo que hace. Vos te quedás quieto y lo dejás actuar. No debe ser muy difícil. Mucho más difícil fue cuando te sacaron la manguera de la tráquea. Ahí estaban varios de la pesada del rock and roll y hubo varias etapas en esa extracción. Pero ahora te dejás llevar, todo es más light. Será cortar una cánula y ya. Hace varios movimientos que vos no ves. Tan fácil no es porque está tardando. En un momento, cuando termina, te dice: “agarrá esta parte de la cánula y con el dedo sostenela apoyada a tu cara, esperá a que pasen diez minutos y la soltás”. Luego se queda callado. Vos igual sabés que él está ahí, que está callado hasta que pasen los diez minutos y entonces te va a decir ahora soltala. ¿Pero, por qué te dio esa orden? Podría haberte dicho tenela con el dedo y cuando yo te diga la soltás.  Pero no, te dijo “esperá diez minutos”. En realidad, quizás dijo eso porque necesita que sean quince minutos de espera o tal vez más. Si dice “tenela quince minutos” te va a parecer mucho tiempo, entonces te dice “solo diez minutos” y cuando llegues a los quince te va decir “ahora soltala”. Tal vez necesita que sean veinte minutos, es una sonda importante. Lo tienen estudiado. Además no hay reloj, quién va a saber cuánto tiempo pasó realmente. El doctor sigue callado. Entonces decidís contar diez minutos exactos. Lo hacés contando con números. Contás del 1 al 600. Querés constatar que existe un segmento real de diez minutos. Aunque ya pasó mucho más tiempo. Cuando estás seguro de que contaste los diez minutos, le decís doctor: “ya pasaron los diez minutos”. Pero no te contesta. Pensás que te está manipulando, que quiere que sigas sosteniendo la manguera. Pasa el tiempo y volvés a la carga: “Doctor ¿me puede contestar?”.  Se ve que utiliza una técnica imbatible, mantenerse callado hasta que llegue el tiempo correcto. Ese tiempo correcto que no te dijo y que encubrió con los diez minutos. También tenés miedo de que si soltás antes de tiempo sea necesario hacer todo de nuevo. “¿Hay alguien ahí?”, preguntás. “¿Hay alguien ahí? Por favor, doctor ¿me puede contestar?” Con la venda solo ves una parte de la habitación, pero no ves al doctor… “Doctor, estoy temblando, ya no puedo más… no puedo sostener más… doctor voy a soltar, quiero decirle que voy a soltar, que ya no tengo más fuerza”. Sentís que tu mano te pesa cada vez más, estás mareado y tenés mucho calor corporal.  Finalmente soltás la cánula y te sacás la venda. ¿Cuánto pasó desde la orden del médico?… Una hora. En el cuarto no hay nadie. El doctor nunca estuvo. Apenas te podés mover. Intentás pararte para ver toda la habitación, pero no podés, seguís sin fuerzas. Te ponés a llorar, el cirujano se fue no bien te dio la orden y vos te quedaste una hora sosteniendo la cánula como un idiota. Sentís que tu mente todavía no está conectada con el mundo. “¿Hay alguien ahí?… ¿hay alguien ahí?…”, te retumba en la cabeza, ¿por qué no te dijo que se iba a ir?

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