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Episodio 3: “Caravana verde”, por Verónica Gago

Tercera entrega de su Diario de pandemia

Debates, Diarios

Tercera entrega de su Diario de pandemia

La cuestión del aborto ocupa las calles en plena pandemia

Durante la pandemia, las visitas del correo sobresalen mucho más. El timbre suena esporádicamente, se supone que casi no hay visitas, ¿entonces? ¿Quién puede ser? La mayoría de las veces son paquetes con libros que algunas editoriales y amigxs envían.

Leer en cuarentena fue una de las primeras fantasías de encierro, que duró poco. Los libros nuevos y recibidos se acumulan en una pila para algún próximo momento de ocio. ¿Será en las vacaciones? ¿Seguirá en pie la idea de vacaciones luego de este año?

La primera salida colectiva a la calle luego del 8 y 9 de marzo fue una caravana verde, con bicicletas y autos. Fue hace un par de semanas que quedaron rápidamente atrás. Siguió el anuncio del ejecutivo del envío del proyecto de legalización del aborto al congreso, en medio de dos días de nuevas movilizaciones. Todo parece lejos rápidamente.

En medio, me llega uno de los libros que es demasiado coyuntural para hacerlo esperar. Lo agarro por atrás. Como me gusta con los que tienen fotos al final para empezar por lo último, donde están las imágenes que después, a pesar de que quieren ser apostilla, terminan anticipando y señalizando mojones de lo que leeremos. Se trata del grueso y flamante volumen verde de Martha Rosenberg titulado Del aborto y otras interrupciones. Mujeres, psicoanálisis y política, recién editado por milena cacerola.

Al final, entonces, ocho páginas enteras con fotos que empiezan con las espaldas de seis Madres de Plaza de Mayo, caminando hacia la Casa Rosada, con los pañuelos ya calzados y abrigadas, en blanco y negro. Ilustra un artículo de la autora publicado en el diario La Razón en 1986 y titulado “¿Quiénes son las Madres de Plaza de Mayo?”. La última foto es de la propia Rosenberg, también de espaldas, con un pañuelo verde sobre la cabeza pero no calzado, sino levantado y extendido entre sus manos. Es del 19 de febrero de 2020 (que es difícil asociar como el mismo año de la pandemia), en el pañuelazo en el Congreso (foto tomada por la incansable Graciela del Valle Gómez). Se ve en ese primer plano por atrás su pelo recogido con ranitas y pequeñas peinetas que le sostienen su característico rodete ahora gris pero que en las primeras fotos está bien renegrido.

El género que propone Rosenberg es el de “autobiografía intelectual”. Y parte de una imagen que la interpela. Imagen literal: ¿qué ven en ella les jóvenes, niñas y adolescentes que le piden sacarse selfies en las marchas? Desde ahí la indagación, el impulso para acceder a juntar sus escritos. El inicio lo ubica en 1969: la primera vez que escribió sobre aborto fue para el periódico de la CGT de los Argentinos.

Es difícil leer de corrido en estos días. No hay hueco o cuando lo encuentro mi atención quedó demasiado cansada entre tantas pantallas. Pero este libro permite entrar y salir. Lo pienso también como un diario de una de las referentas de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito pero sostenido en cinco décadas (sin corregir ni cambiar una línea de lo ya escrito). El ritmo que propone es el del ritornello: la figura musical de la repetición pero también el silencio que permite retornar a la voz, darle aire. Desde la filosofía esa imagen conceptual refiere a la creación de un territorio donde, a través de la creación de paisajes, de idas y retornos, finalmente se arma un espacio en el que pasan (en el doble sentido: suceden y transitan) cosas.

La autobiografía, que en este caso es también un testamento político, insiste sobre palabras clave: no es lo mismo reproducir que generar, porque uno es repetición y el otro es trasmitir una dinámica de movimiento y transformación, apunta Rosenberg. La interrupción y la insistencia que empujan a un devenir, dice, es obra del tiempo, que se empecina en hacer de la autobiografía la enunciación de una verdad que moviliza el deseo de actuar. Sí, ella se anima a hablar de una verdad que profesa. Con la que insiste. Pero no “bajo la figura del dedito levantado: te lo dije”. Si no, la de quien se sorprende cuando esa verdad toma cuerpo desmesurado y multitudinario.

Las noticias no dejan de insistir sobre la cuestión del aborto. Van y vienen cartas, dicen los diarios, para ponerle género epistolar a los lobbys envueltos en correspondencia. Mientras, una nueva marcha anti-derechos toma las calles en un sábado que sigue siendo de duelo nacional. Un mural pintado en un sindicato fue atacado ese mismo día. Me viene el recuerdo de una de las acciones originales de la marea verde de 2018: un pañuelazo en la puerta CGT, en la calle Azopardo. Fue luego de que varios de sus dirigentes hubiesen hecho declaraciones en contra. Ahora, también aparece el grafitti que debutó en aquel mismo año: “FMI=Aborto”, otra vez buscando instalar que el aborto es una exigencia impuesta por el organismo internacional contra los intereses populares. Más allá de que esa asociación ya es inverosímil, lo que explicita es el intento de las fuerzas conservadoras de ensuciar la cancha, de dar pelea en la calle y de poner en práctica otras de esas ecuaciones con las que provocan con aerosol: aborto=guerra.

Intento volver al libro. Es un manual de historia, un tratado psicoanalítico, un diario de viaje que recorre conferencias y manifestaciones, y también la cocina de una experiencia política que se hace campaña nacional primero, internacional unos años después. Su objetivo es explicar, en todos los registros posibles, en qué sentido el aborto es una práctica contra-hegemónica: cambia la gestión y regulación de la reproducción (familiar y heterosexuada), interrumpe el destino mandatado y resignifica los vínculos y el deseo, la comprensión de sí.

No hay linealidad en esta autobiografía, como episodios que irían explicando una línea sucesoria coronada por la realización. Se puede leer a los saltos de las noticias. Hay una reivindicación de experiencias y lecturas “vividas”. Vivir una lectura y hacer de la escritura acción directa. Esos podrían ser los fotoepígrafes de esas imágenes del final a las que vuelvo mientras avanzo en las páginas fechadas. Algunas me las acuerdo haberlas visto producirse recientemente en vivo. Marcha Ni Una Menos de junio de 2019, Rosenberg junto a Elsa Schwartzman y Nina Brugo detrás de una bandera enorme o la postal ya histórica de “Bailando ‘el patriarcado se va a caer, se va a caer” junto a Dolores Fenoy el 8 de marzo de 2019 y en otra también famosa ellas dos junto a Dora Barrancos y Nelly Miyersky. Mientras se lee “historia”, esta historia, llega el anuncio del cronograma de movilización de la semana de tratamiento parlamentario del aborto. El ritornello entre la lectura de esas discusiones y las noticias de los diarios no deja de producir el efecto de un libro-diario.

Pero hay más fotos: “Mujeres de Negro contra la participación argentina en la Primera Guerra del Golfo”, donde Nora Cortiñas, Cristina Banegas, Cristina Murta y Tununa Mercado están junto a Rosenberg en plena conversación a las puertas de la Catedral. Me acuerdo de escuchar el anuncio del inicio de esa guerra por televisión, cuando tenía quince años.

Ritornello de ir y venir. Me acuerdo un tiempo después, pero como en un recuerdo plegado, estando aún en la escuela, tomar la decisión de abortar al enterarme el resultado del análisis por teléfono. Tengo grabada la consulta que se hacen (y que escucho) entre dos recepcionistas: “¿es positivo, no?”, alargándome la esperanza de error por unos segundos más. Mi interrupción-aborto (me vuelven unas palabras de Rosenberg: “tomar control de una contingencia de nuestro cuerpo y sexualidad”) me obligó a conseguir mi primer trabajo en una pista de patinaje sobre hielo, My Way. Con eso pagué la deuda que contraje por la clandestinidad cara.

El empleo me lo consiguió mi amiga Clarisa, quien también me había pasado en un papelito de banco a banco, a escondidas, el número de teléfono de la médica de confianza en cuestión. De ese episodio tengo el recuerdo de salir tambaleando de un consultorio, un domingo a la noche en el oeste conurbano, y la cara de susto de quienes me esperaban del otro lado (novio y amigues). Salir viva, no morir en el intento, era la prueba de fuego: podía desviarme y no repetir el destino de mi madre, de ser madre casi a su misma edad. Esa había sido la fuerza indiscutible de la decisión. Había ganado tiempo (por entonces no estaba segura para qué pero segura que lo necesitaba). La complicidad de la preceptora que no me pasó las faltas (ya al límite), la madre del novio que adelantó la plata, la madre de mi amiga Ana que me compró remedios, tejieron la posibilidad de decidir.

Llegan fotos por wasap del falcon verde que en la marcha antiderechos lucía la pintada “sí a la vida”. Los diarios citan a uno de esos periodistas que se quieren hacer famosos por anti-feministas diciendo que el aborto es una biopolítica. Ya son varias las categorías (antropoceno, naturaleza, madre tierra, etc.) que buscan ser apropiadas y leídas contra el aborto. Una defensa de la vida que se quiere actualizar con ropajes pseudo-ambientalistas, aprovechando la legitimidad de estas otras luchas verdes.

Mientras tanto se organiza la agenda de acciones. Especulaciones cercanas dicen que el tratamiento definitivo de la ley estaría al borde de fin de año, para descorchar ahí mismo y lograr, con esa interrupción, terminar este 2020.

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