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Episodio 2: “Conspiravirus”, por Luis Sagasti

Diarios - Julio/Agosto 2020 - A la búsqueda del sentido contrario

Debates, Diarios

Diarios - Julio/Agosto 2020 - A la búsqueda del sentido contrario

¿Quién inventó el virus? A cada evento mundial le corresponde su conspiración. Luis Sagasti transita aquí la conspiración de las conspiraciones. ¿Qué mundo real construye este punto de vista? ¿Acaso Borges y Cortázar están detrás de todo esto?

 

Si hay algo de atractivo en la Teoría de las Conspiraciones es que no solo ofrece una explicación muy sencilla y práctica de cómo funciona la Realidad con erre mayúscula sino que además por el mismo precio revela al usuario la posesión de una inteligencia mucho más afilada y penetrante de la que cree tener. En 1969 a todos los científicos del mundo, lo que incluye en especial a los soviéticos, se les escapó que la bandera clavada en la Luna ondeaba muy oronda; detalle este que ni siquiera advirtieron los propios organizadores del gran truco. Tampoco nadie se percató de la ausencia de estrellas en las imágenes del cielo nocturno que adjuntaban los astronautas. Detalles nimios e imperdonables que recién fueron descubiertos muchísimos años más tarde. Con todo, habrán engañado a la gente del MIT y la Academia de Ciencias de Moscú, pero no a nosotros, expertos en diferenciar la lechuga crespa de la romana y la morada de la mantecosa. O bueno, quizás ellos, los científicos, también advirtieron los errores pero se callaron la boca porque formaban parte de la Conspiración.

Como en ciertas composiciones de Bach, los fractales de Mandelbrot o muñecas rusas guardadas dentro de cajas chinas, en el núcleo de la Teoría de la Conspiraciones late el bucle que la sustenta y replica. Seamos, entonces, consecuentes con su principio: por qué no pensar que estas teorías son en verdad parte de un complot mayor cuyo objeto es hacernos creer a pie juntillas que esta clase de hipótesis pueden explicar los devenires sociales, políticos y económicos mejor que ninguna otra. Después de todo, su difusión bien puede obedecer a la voluntad de ocultar casi de manera absoluta algunas de las consistentes razones que impulsan los cambios históricos; razones que, con las costuras del caso, ya fueron postulados por Marx y cía. Bien es sabido en las academias que las condiciones materiales de existencia no se pueden obviar de buenas a primeras a la hora de explicar por qué las sociedades hacen lo que hacen. Por qué no pensar que es bueno, entonces, para la salud del sistema capitalista, hacer correr el rumor de que las Conspiraciones son las que deciden los destinos del mundo. Es decir, la acción de los individuos o grupo de ellos, antes que la anomia de las fuerzas económicas. Es más sencillo explicar que a Kennedy lo mató solitariamente Lee Harvey Oswald, un loquito comunista, asesinado a su vez por un exaltado Jack Ruby (puros nombres propios) a que haya por detrás las apetencias de un complejo militar industrial ya advertido por Eisenhower. Es verdad que hay conspiraciones y que algunas de ellas han llevado a buen puerto sus cometidos. Baste pensar aquí en la Logia Lautaro (que obedecía, claro, a un programa económico) o al mismo bloque que presumiblemente asesinó a Kennedy. Pero creer que las confabulaciones secretas son el carbón de la locomotora de la Historia es de un oscurantismo que solo se sostiene por la gratificación que nos brinda. En un mundo donde la velocidad es un atributo per se es muy difícil detener el progreso de la ignorancia: la sabiduría y la inteligencia no avanzan tan rápido, necesitan su tiempo de maceración. La mejor manera de probar que el hombre fue a la Luna es por vía del absurdo: ningún científico se detiene ni medio segundo en explicar el asunto, lanzan un suspiro de fastidio y continúan con sus cosas. Elocuencia zen. Claro que un conspirafriendly interpretará ese desdén como prueba fehaciente de su propio argumento.

El contenido de las Conspiraciones no puede escindirse de su contexto de génesis. No abandonemos aún el ejemplo de la Luna. El motivo por el cual afirmamos la imposibilidad del viaje es que no concebimos que habiendo hoy más tecnología en un simple celular que en toda la NASA en 1969, el hombre haya podido poner pie donde dice haberlo puesto. Sugiero doblar la apuesta y continuar con esa línea de argumentación hasta llegar al puerto de Sevilla donde flotan las réplicas de las tres carabelas de Colón. Es tan mínimo su tamaño, tan frágil su pequeñez, que claramente no pudieron haber llegado nunca a América. Y allí están precisamente los restos del Titanic en el lecho del océano como prueba fehaciente. Si el barco más poderoso, fuerte y confiable de su tiempo no pudo concluir su... ¡primer viaje! ¿cómo es posible que con una tecnología de cáscara de nuez Colón haya podido descubrir nuevo continente? Habrán llegado otros navegantes más tarde, casi no hay dudas de ello, pero ¿Colón? de ningún modo (nunca supe qué argumentan quienes niegan el viaje del Apolo XI respecto de los cuatro subsiguientes).

Como la Teoría de las Conspiraciones intenta explicar el dominio de una Totalidad y una Totalidad no es otra cosa que el estado de conciliación de los opuestos que la conforman –el yin-yang es solo un ejemplo gráfico de un discurso que anida en todas las creencias– es coherente entonces pensar que hoy Putin y Bill Gates, Soros y Trump, los chinos (ahí nunca hay nombres propios) y los judíos, la francmasonería y la comisión directiva de Deportivo Riestra, hayan reducido sus diferencias para crear y propagar un virus sin otro objetivo que el dominio del Mundo. El asunto es que en una reunión tan colosal y abarcativa solo quedan excluidos los que se amontonan en el Obelisco para protestar contra ellos Si tantas entidades tan distintas han logrado ponerse de acuerdo para llevar a cabo este plan es porque ya dominan el mundo (sea lo sea que esto signifique), por lo tanto la estrategia del virus se torna innecesaria.

Uno de los rumores que ha circulado con mayor éxito afirma que Bill Gates mandó a crear el virus para luego mediante su vacuna introducirnos un chip (se supone que en estado líquido, lo cual ya estamos hablando de una tecnología difícil de adjetivar) que controlará nuestro cerebro. No hay emoticón que ilustre un argumento de esta naturaleza. Quien razona de tal modo difícilmente sea dueño de su propio entendimiento; estemos seguros de que señor Gates no malgastará una dosis allí.

Sin embargo, estas cotas de absurdo no dejan de tener una acaso involuntaria función política. Obran como legitimadoras de otras teorías conspirativas que intentan explicar los procesos políticos a partir de niveles más bajos de ambición pero más sensatos, si se quiere, en sus objetivos. Se puede admitir que aquellas son, sí, hipótesis desmesuradas y un tanto inconsistentes, pero no las de nivel más bajo. El asunto deja ya de ser gracioso cuando las teorías abandonan postulados metafísicos nunca enunciados y se derraman sobre asuntos políticos concretos. Porque muchísima es la gente que piensa, con toda sensatez, que la Conspiración Gates o Soros es de veras un disparate. Sí, esa conspiración es un disparate. No otras, más módicas; en su prudente pequeñez se encuentra la prueba cabal de su existencia. Basta cambiar el mundo que quieren dominar por un todo muy difuso por el cual vienen para dar un ejemplo cercano. El vienen por todo es un grafiti casi mantra –muy semejante al todo que se robaron– protagonizado por una entidad estigmatizada desde el vamos, la Cámpora. Lo curioso es que ese estigma es fortalecido por gente que integró o apoyó otra entidad estigmatizada desde el vamos como fue la Coordinadora Radical en tiempos de Alfonsín. Podríamos añadir un último y unplugged ejemplo más propio de la Guerra Fría que de esta época: la llegada de médicos cubanos que vienen a espiar. El enunciado, que apela a un imaginario propio de James Bond, no aclara cuál sería el objeto a espiar, con qué medios, quién y qué harían con esos datos, qué es lo que no circula por las redes qué amerita la presencia física de un espía que llega no del frio sino del trópico. No importa, Ante estas preguntas el conspirafriendly, experto en lechugas crespa, romana, morada y mantecosa, solo respondería con chasquido de lengua o un suspiro que da cuenta que nosotros nunca entendemos nada. Y como, además, todo se reduce a una cuestión individual, allí en la oscuridad se alza la sombra terrible de algún hombre de Estado cuyo silencio corrobora la hipótesis porque, bien se sabe, el sigilo es condición previa para todo plan.

En lo personal suelo creer que los amantes y difusores de estas teorías tiene dos relatos sobre los que realizan conjuros y exorcismos: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius y Casa tomada. Ambos encabezan cualquier antología de relatos argentinos (no solo argentinos, en verdad).  En 1940 Borges imaginó una conspiración lúdica, al principio, donde una sociedad secreta financiada por un millonario inventa un planeta, Tlön. Parte de ese juego consistía en diseminar aquí y allá objetos –porcelanas, libros– propios de ese planeta (la conspiración que había derrocado a Yrigoyen diez años antes se encargó de difundir el rumor de que al presidente le llegaban diarios de un mundo ilusorio). De a poco el orbe imaginado comienza a hacerse realidad, a cobrar vida y volverse incontrolable, como las escobas de Mickey en Fantasía (también de 1940), como acaso hoy el mundo de las redes sociales. El cuento concluye con un Borges narrador confinado en un cuarto de un hotel traduciendo para nadie un libro. Siete años más tarde el mismo Borges edita Casa tomada. El peronismo lleva dos años en el poder. Cortázar imagina un plan más módico. Allí, sin que se hable de ninguna conspiración, una entidad va ocupando una casa progresivamente hasta que los moradores se ven obligados a retirarse. Conjuros y exorcismos, sí, sobre estos dos relatos. No vaya a ser cosa que de tanto repetir teorías, de replicar fake news, el asunto se torne incontrolable y haya que desalojar una casa de la que algunos se creen los verdaderos y únicos dueños.

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