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Episodio 1: “De urgencia”, por Manuel Hermelo

Primera entrega de su Diario “El Hombre Tela. Crónica de un contagio”

Debates, Diarios

Primera entrega de su Diario “El Hombre Tela. Crónica de un contagio”

Narrado en segunda persona como quien sale de sí y regresa, Manuel Hermelo construye esta crónica hospitalaria. Un dolor lo lleva de urgencia al hospital. Luego la cirugía de emergencia y al día siguiente: el contagio.  Así empieza la historia de un dolor.

 

1

Un día el mundo se astilla. Estás roto de dolor. Un dolor que tiene la forma de tu cuerpo. Un dolor que es solo tuyo. Son las nueve de la noche, estás en la guardia de un hospital. La sala está semivacía. Tenés en la mano un papel chiquito, casi como una nota de almacén, dice “cirugía de emergencia, posible oclusión intestinal”. La nota la escribió el médico que fue a tu casa. Vos te confundís y en lugar de oclusión te quedás pensando en forclusión. Recordás la biografía de Lacan que leíste en el verano. Te acordás de que a Lacan le gustaban los lingotes de oro y te acordás también de su definición de amor: dar lo que uno no tiene a alguien que no lo quiere. Pero para forclusión tenés que pensar un poco más. Algo afuera del inconsciente como una roca que va flotando en el mar sin que se sepa de dónde viene ni adónde va. No estás seguro de que sea eso pero arriesgás: oclusión es tapadura y forclusión expulsión, o borradura. Lo cierto es que un intestino tapado se acerca más al rubro de la plomería que al sistema de pensamiento lacaniano, a lo que se conoce como destapación de cañerías, aunque no sabés cómo se debería proceder en el caso de un intestino. Lacan no estaría de acuerdo con lo que estás diciendo pero recordás ese día en que de todas las canillas y desagües de tu casa salía un agua negra nauseabunda como lava del infierno y no sabías cómo hacer para que parara. Hasta que al final llegaron los de destapación de cañerías y solucionaron todo. Pero a vos no te sale lava del infierno. En realidad, no te sale nada. Estás atorado, y hasta sentís que todo tu intestino podría explotar en cualquier momento. Por eso todos los médicos que te vieron se apuraban para que dieras el próximo paso. A las 20 hs te fue a ver el médico a tu casa, entraste a la guardia a las 21hs, a las 22hs ya estás en terapia intensiva, a las 22:30hs tenés puesta una cánula en el orificio izquierdo de la nariz. ¿Hasta dónde llegará? Casi vomitaste cuando te la colocaron pero pensaste que si esto era lo primero que te hacían, tenías que ser valiente y finalmente te tranquilizaste. Es como el hilo de Ariadna, fantaseás ahora.

Una médica te mira de arriba abajo sin decir nada como si jugara al ajedrez y no supiera qué movimiento hacer. Un enfermero te dice que te va a hisopar. No entendés qué significa… Ah, es para saber si tenés el virus. A las tres de la mañana aparece un médico. Habla de manera pausada pero firme. Se presenta, dice que es el cirujano, te explica que te va a operar a la mañana, que es una operación difícil y que es posible que te tenga que colocar un ano contra natura. Si te tuvieran que cortar un dedo también lo aceptarías, con tal de no sentir ese dolor que conocés desde hace solo un día. Pero lo del ano contra natura te parece demasiado. “Un ano contra natura provisorio”, agrega el médico y ahí respirarás un poco más tranquilo. La vara está alta para todo, desde que llegaste al hospital. Te sorprende que lo aceptes. Estás jugando en las grandes ligas.

Cuando entrás al quirófano mirás el techo blanco espejado, las luces de colores de las computadoras y de esos aparatos que no sabés para qué sirven. Todo te parece muy Hi Tech, como si estuvieras en la NASA y fueras vos el astronauta. Hay una radio prendida y un montón de personas. Ya no aguantás más el dolor. Lo único que querés es que te den la anestesia. A Lacan le gustaban los lingotes de oro. Tratás de visualizar un lingote de oro: el peso, el brillo, la forma, justo cuando empieza a nevar y te olvidás de todo.

 

2

Ya pasaron unos días de la operación. Todo marcha viento en popa. Es probable que el sábado te den el alta. Finalmente el ano contra natura no fue necesario y el hisopado dio negativo. El cuarto del hospital es como una habitación de hotel cinco estrellas. Vienen a visitarte tus hermanos, tus amigos, los más valientes. En la ventana se ve un jardín y se escucha el sonido de una fuente de agua. Vos siempre pensás que está lloviendo. Las enfermeras te tratan como a un rey. Entran sonriendo y siempre te preguntan si necesitás algo. La cicatriz de la operación atraviesa toda tu panza. Son veinte puntos. Podría ser un tatuaje.

 

3

A la semana empezás a tener fiebre. El médico te dice que puede ser una infección de un órgano interno, pero también puede ser por el suero, los antibióticos, algo que te están dando. Suspenden todas las intervenciones. El sábado, supuesto día del alta, el clínico te dice que es probable que tengas coronavirus, que te lo hayas contagiado en el hospital, que te van a hisopar. Te sentís aliviado, pensás que la fiebre se explica por el virus y no por una infección. Después de todo, el 80% de los contagios son casos leves. Antes de que te den el resultado te cambian de habitación. Dejás el hotel cinco estrellas y por una serie de pasillos, laberintos y atajos, desembocás en el área de los parias, los recluidos, los aislados.

Ahora estoy solo en un cuarto sin fuente ni jardín.

Amor: dar lo que no se tiene a alguien que no lo quiere.

 

4

Se confirma, el test da positivo. Tenés coronavirus. Fiebre-paracetamol-normalidad, fiebre-paracetamol-normalidad-fiebre.

 

5

Porque te llevaste a la playa ese libro sobre Lacan, tan pesado (815 páginas). Siempre te intrigó Lacan. Lo ponías en la mochila junto con la toalla y el protector solar. Ibas a la orilla con la silla desplegable y sacabas el mamotreto frente al mar. Cómo comparará el peso de un lingote de oro con el peso del libro de Elisabteh Roudinesco sobre Lacan. Claro, también estaba eso. Te gustaba que fuera una mujer la que hablara de Lacan. Alguien tan lúcida como Roudinesco que pudiera diseccionarlo sin ningún pudor y traerlo a la luz del día. Pero el periplo del libro veraniego ya lo conocías, lo habías experimentado el año anterior cuando también llevaste a la playa Vida y Destino de Vasili Grossman (1.111 páginas). Ese era más pesado todavía, y más denso. La batalla de Stalingrado, los judíos, el Hocausto, el estalinismo. Si bien es quizás uno de los mejores libros del siglo XX, por qué llevarlo a la playa y no leerlo tranquilo en tu casa. Quizás lo que te gusta es la desmesura, el que no exista un lugar para las cosas. Que sea uno el que inventa el verdadero lugar en el que se erige cada objeto, cada libro, cada lectura.

 

6

Te dicen que te van a dar plasma. Un médico te explica que es lo mismo que le dieron a Insaurralde.  Te reís de la explicación sin reírte. Pensás que la realidad hoy tiene la forma de las noticias. Los grandes relatos no existen, los pequeños tampoco, solo están las noticias para orientarse en el mundo. Te aclara que puede ser que te haga bien o que no tenga ningún efecto. Esa posición relativista te molesta. Te dice que tenés que firmar un consentimiento. Se trata de un largo papel con artículos como si fuera una constitución. Lo firmás pero la firma te sale bastante mal, y eso te causa un placer secreto. Te dan tres sobres de plasma. El último es el que más tarda. ¿De dónde los traerán? Son unas bolsas marrones, te las dan por la manguera del suero. Te quedás pensando que ahora tenés en tu cuerpo restos de otras personas. Ahora somos muchos, decís, y te dormís.

 

7

Te mudan a terapia intensiva. La puerta de tu habitación dice shock room.  Los cuartos de terapia intensiva tienen paredes de vidrio. Están ubicados alrededor de un rectángulo donde trabaja el personal médico. Por el diseño se podría decir que es una variedad del panóptico de Bentham. Un médico podría de una sola ojeada ver a todos los pacientes. Desde el lado del paciente uno puede ver a los médicos también, pero no a los otros enfermos. Todos los médicos, médicas, enfermeros y enfermeras hacen algo siempre. Te distrae mirarlos. Sentís que es mejor estar ahí que en el cuarto de terapia normal donde no entra nadie y tenés una radio tipo woki toki en la que después de tocar un botón a veces te contestan, otras veces tardan en contestar y otras no entendés lo que te dicen. En los cuartos de terapia normal la comida la dejan en la puerta y tenés que levantarte a buscarla, pero en terapia intensiva todo ocurre en tiempo real. Lo de tiempo real es una simplificación. Quizás lo que querés decir es que si el oxígeno no saturara como debiera pueden venir y corregirlo inmediatamente.

Hay una doble dimensión del tiempo en terapia intensiva: lo inmediato y el tiempo por venir.

Para entrar al cuarto de un contagiado una enfermera tarda en vestirse aproximadamente 15 minutos. Se coloca el camisolín azul, los escarpines en los zapatos, se recoge el pelo, se coloca la capucha, los anteojos, las antiparras, el barbijo, la máscara transparente y los guantes de látex. Cuando se retira del cuarto, antes de salir se saca el camisolín, los escarpines, los guantes y los tira en el tacho de desechos que está en la habitación del contagiado.

Si uno le pide algo a un enfermero, acción que a su vez puede ser muy difícil pues en terapia intensiva no hay radio para comunicarse ni timbre, uno debe esperar a que entre alguien al cuarto y pueda hacer su pedido. Sea quien sea la persona que trae el pedido deberá completar todos los pasos enumerados más arriba para vestirse y entrar. Si a esto se agrega que el personal de terapia intensiva está siempre trabajando intensamente,  desde que uno pide algo hasta que lo obtiene, si lo obtiene, pasa una eternidad. Por ejemplo, esa vez que pediste que te apagaran la luz de un foco que estaba arriba de tu cabeza, tardaron dos horas en apagarlo. Después llegaste a la conclusión que lo mejor era no pedir nada y así te liberaste del tiempo por venir.

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