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“A destiempo”, por Martín Rodríguez

Debates

¿Qué entendemos por Patria?

Ey Patria mía es un podcast del Centro Cultural Kirchner que invita a una reflexión; distintos artistas, pensadores, militantes e investigadores son entrevistados por el historiador Javier Trímboli para pensar y discutir respecto al devenir histórico y futuro de lo nacional, sus derivas y sus límites.

En ocasión de una nueva fecha patria del 17 de agosto, tras la participación en el ciclo de catorce invitados e invitadas, convocamos al periodista, escritor y analista político Martín Rodríguez a escribir un análisis que recupere las distintas perspectivas y debates que han surgido a lo largo del podcast. A partir de su escucha, Rodríguez plantea un diagnóstico, un estado de situación, respecto a la pregunta que da cuerpo al ciclo: ¿qué es la patria para nosotros?

 

“A destiempo”, por Martín Rodríguez

No soy nada
Nunca seré nada
Pero no puedo querer ser nada y al mismo tiempo
llevar en mí todos los sueños del mundo.
-Fernando Pessoa

En la película Pizza, birra, faso hay una escena de una cola para conseguir trabajo. Algo en esa escena, menor, no se puede sacar de encima. En esa cola se simula una pelea porque inventan un teatro. Recordemos: el “Cordobés” (protagonista) finge que le toca el culo un pobre diablo que efectivamente está atrás de él, en busca de un laburo de verdad. Pero al lado de este acusado de “sátiro” está Pablo (personaje rubio amigo del Cordobés), que completa la simulación. El “Cordobés” se da vuelta un par de veces molesto hasta que finalmente lo acusa a este inocente de tocarle el culo, y empieza una pelea que Pablo, que finge no conocerlo, se pone a separar. Y cuando los está separando en un momento grita: “pará, somos todos argentinos”. Hay un tercer amigo de Pablo y el “Cordobés” que aprovecha la gresca y manotea un par de billeteras. Al final los pescan, y los tres se van corriendo cruzando la calle, alejándose de la cola.

Me gusta esa petición rea, que simula un “llamado al orden”. Lo que dice y cómo lo dice. Hay un descontrol, se van a las manos, uno grita eso que tiene a mano en la lengua: “¡Somos todos argentinos!”. Risa negra. Hay un texto ahí. Un mito argentino dicho de mil formas y con notas melancólicas que responde a la idea de que los argentinos siempre nos peleamos entre nosotros: Somos todos argentinos. De un lado, del otro, sin lados, vencedores, vencidos, indolentes. Algo por encima. Algo que abriga. La película podría girar alrededor de esa frase. “Pizza, birra, faso” se podría llamar “Somos todos argentinos”. Enuncia lo que no es, lo que ya no éramos, una patria, pero por un segundo, pensemos por un segundo, en esa cola de desocupados que retrata perfectamente a la Argentina de 1998 (año en que Bruno Stagnaro e Israel Adrián Caetano la estrenaron), porque en esa cola hay un retrato no sólo (y previsiblemente) de la pelea de pobres contra pobres que organiza el fondo de la olla de toda crisis. Pablo (el cómplice) por un segundo hace funcionar lo que dirá César Aira para entender el sistema literario de Osvaldo Lamborghini: “toda la película se volvía redundante por esa sola escena”. Una escena que es todas las escenas. La palabra “argentinos” ahí es una pregunta. Pero la patria existe. Incluso, donde no se la espera.

Aira recuerda que Lamborghini buscaba en las grandes novelas la “frase linda”. Leemos que lo ejemplificaba en la colosal Crimen y castigo, con esta línea: “Para demostrar que es Napoleón, un estudiante debe asesinar a una vieja usurera”. Y dice Aira de Lamborghini: “Paladeaba esa frase, la repetía. Daba a entender, creo, que lo suyo era esa frase, sin la novela.” Somos argentinos, pero sin la película, sin el país. Sin la novela.

Cuatro años después de 1998, ya con el país volado por los aires, aparecían Los Simuladores, esta vez un producto televisivo acabado, que componía en distintos episodios un sistema de venganzas administrado, de mínima, sobre la base del trueque. Ya todos lo vimos: Los Simuladores hacían el laburo de inventar una ficción adentro de una realidad (la realidad injusta de la crisis) para producir su oscuro día de justicia. Y como casi nadie tenía un mango implementaba una forma de trueque para pagar los servicios prestados. El cerebro del equipo, el de “logística y planificación”, Mario Santos (que en los operativos se hacía llamar León Stofenmacher), parece el reverso de los chicos de “Pizza, birra, faso”: Caviar, champagne y habanos. Música de jazz, aristocracia y método científico para desmadejar una situación de injusticia justo cuando la crisis de 2001 nos hizo avanzar casilleros: todo lo personal es político. Ahorristas, desocupados, estafados, mujeres golpeadas, comerciantes coimeados, policías honestos contra comisarios corruptos, etcétera.

El 2001 produjo la caída de esa Alianza política, implosionada en un país donde todo el mundo sueña mucho, es decir, donde no puede haber un gobierno solo realista como era aquel, con De la Rúa y Cavallo a los gritos pelados. Lo mejor que se hizo en Argentina, el país de la “restricción externa”, siempre tuvo una cuota de “imaginación al poder”, de audacia y simulación. Nos gusta más la plata que el capitalismo. Si no hay moneda, hay que inventarla. Esa fibra captó Los Simuladores, en la televisión del país defaulteado de 2002. La televisión vengadora. No un país chanta: un país de gente que no se rinde e inventa formas de intercambio porque el tiempo no para. Si no hay moneda, pagame con tu sociedad. Y buscaban vengarse en nombre de todos los que sufrieron ofensas. “Ya veremos cómo me lo pagás”. A Los Simuladores se los llevó el viento del éxito. Pero el país quedó acá. Sigue. Y el eterno retorno de la pregunta por la patria. ¿Qué es esto? Una serie de podcast que responden a la pregunta escurridiza, pero no tibia, por la patria, que son muchas preguntas juntas (incluso la pregunta por quiénes hablamos de la patria)Escucho, recuerdo, anoto escenas. La memoria es un ejercicio privado y colectivo. Está hecho de esa “y”, de esa conjunción. Un misterio. Dudas, versos, canciones.

Yo no tengo país, yo tengo isletas voladas por el agua

Eso decía el poeta correntino Francisco Madariaga, que hizo de la naturaleza mesopotámica la fuente salvaje de su propia lengua. Hablar de la patria. ¿Cómo se habla? ¿Quiénes? Oíd los testimonios de “Ey Patria mía”, uno tras otro, y parecen sostener en cadena el argumento de una carencia, y un umbral: te voy a contar cuándo sentí la patria… ¡nunca!, ¿nunca? ¡Siempre! ¿Siempre?

¿Patria es la palabra que nos gusta? Más que Nación (tan patricia), más que país (tan satelital). Maristella Svampa dice que prefiere la palabra Nación, que le permite directamente una distancia para pensar “contra la manipulación de un sentimiento nacional”. Dice y grafica en otra palabra (la palabra “Malvinas”) esa manipulación. Pensar la patria es pensar contra la patria que nos vendieron, parece la primera contraseña de cada uno y una de los que hablan. Y después, al estilo Kaufman, el problema bajo esta forma: ¿alguien va a morir por la patria? Patria y democracia, ¿asunto separado? Patria, democracia, capitalismo. ¿Entra todo?

Argentino, no por el sonido, por el dolor

Decía el poeta Miguel Ángel Bustos, desaparecido en mayo de 1976. Muchas veces el peronismo, tan cargado con sus símbolos, sus otredades, su ilustración, sus leales y traidores, su biblioteca, sus re-afiliaciones generacionales (las eternas “nuevas juventudes”), parece una patria adentro de la patria. La fijación de un domicilio existencial por ausencia del domicilio nacional. Aunque haya, incluso, en la gramática peronista una reformulación de la patria, e incluso en esa… matria.

Retumba en el eco de los bosques de Ezeiza: “Patria Socialista” o “Patria Peronista”. La política toda incluso, no tan sólo el peronismo, es una forma de decir mi patria chica, mi “pa’mi”, eso que distinguía Rodolfo Kusch en su antropología del porteño. Toda política formula una lengua en ese hueco de nacionalidad. ¿Cómo ser argentino? ¿Para qué? Los testimonios se repiten en ese hueco. Como elaborados en ese desengaño. Yo quise hacer una patria. La tierra de los hijos, más que la tierra de los padres. Democracia es patria de los hijos e hijas.

Los testimonios de Ey Patria mía se fragmentan. Fragmentos generacionales, geográficos, de género, “identidades”. Yo soy lo que hice con lo que hicieron de mí. Y así, cada uno flota en su intento de capturar algo que se presente, tal como se presenta en sus énfasis, en sus tonos dubitativos, tan inasible. No saber exactamente de qué hablamos cuando hablamos de patria. Lo difícil a primera escucha. La patria como un teatro roto, actores con la pintura corrida, el vestuario deshilachado, hablando de su antiguo personaje. Y esa constante de los testimonios acaso sea la melancolía común, y en esa comunión, en lo que está detrás de cada voz, en el rebusque de cada voz por encontrar un argumento que desarme y arme algo a la vez. Este es el punto: confluimos en la ficción como condición de armar otra ficción. Tierra de ficciones: beber de ese fogón común. Canciones de generaciones. Canciones aprendidas en la familia, en la escuela, en la militancia, o ahí donde no pasa nada. Partituras mayores y menores. Una canción que saben todos: también los que no nos gustan.

Si digo agua, ¿beberé?

Se preguntaba Alejandra Pizarnik, la poeta argentina suicidada en 1972. Si digo patria, ¿digo “patria encarnada en las personas”? La patria es el otro, aquel lema de la segunda presidencia de CFK, dio cuenta al menos de una frontera que abría la política. ¿Quién es el otro? El caído, el pobre o miserable, el que hay que levantar de la lona. La patria a la intemperie. Salir de uno. De abajo hacia arriba. Cada testimonio con su rodeo de educación y deseducación, sobre el ciudadano de sal tallado por la educación argentina, esa educación de la Aurora, la escarapela, el acto escolar, eso que sin dudas, como la lluvia, ocurre en el pasado. Toda educación nacional parece vérselas con su exceso de pasado. Siglo 20: fuimos educados para la guerra. Una nación en armas. ¿Hay patria antes que democracia? Si la democracia fue el desarmadero, ¿la democracia nació contra la patria?

Recuerdo del viaje en tren. Todos estuvimos en un tren del servicio nocturno y estuvimos en ese silencio de cuando pasaba el ex soldado de la guerra de Malvinas, con su campera verde, su bolso azul cruzado, repartiendo las calcomanías de las islas. Todos estuvimos en ese tren. Todos buscamos monedas e hicimos ese silencio solemne y torpe, como lo que miramos y no abrazamos. Todos estuvimos en esa incomodidad. La patria no es sólo cómo ponemos en ella a nuestros muertos, sino dónde si tenemos dentro a todos los muertos. El soldado, el conscripto, el que peleó sin querer, el que murió peleando, el que peleó queriendo. El patriota, ¿o no hay patriotas? 1982 y 1983. Un año de espaldas al otro. El sueño patriótico enterrado por el sueño democrático. Las dos aguas. Soldado en el pasillo del tren.

Un recuerdo. Carpa docente, segunda mitad de los años 90. Menem de salida. Los ex combatientes visitan a los docentes en ayuno. Programa especial de Hora Clave. Desde el estudio de esa fría noche alguien, una figura intelectual sentada la izquierda de Mariano Grondona, les dice a los ex combatientes solidarios: “a ustedes les debemos la democracia”. Esos soldados, en esa estampa, fueron a ganar una guerra por nuestras islas y volvieron derrotados, ¿pero con la democracia bajo el brazo? Los desaparecidos y los soldados de Malvinas en el desfile desgarbado, mártir, confuso, del “orden democrático”. La palabra patria es una palabra democrática: absorbe. Es una esponja de sentido. Toda guerra es un gran momento de patria encarnada en las personas. El sabio loco que escribe el guion atormentándonos. La patria está como enterrada en esos choques de placas tectónicas que fundaron el orden que vivimos. Y la calcomanía de Malvinas en la vidriera de los kioscos, en la puerta de un quincho del círculo de obreros católicos, en las heladeras de las casas. Los soldados en los pasillos del tren. Un fantasma recorre la democracia: la patria. ¿Cómo hacer patria en democracia? ¿Cómo hacer las dos cosas sin que una rompa la otra? Una de las grandes frases intragables de las Madres de Plaza de Mayo, otras parteras de esa patria/matria: “Las Malvinas son argentinas, los desaparecidos también”.

Aquellas banderas

En las plazas argentinas de los últimos años hay dos tipos de marchas. Una marcha está llena de banderas particulares (agrupaciones, partidos políticos, sindicatos, movimientos sociales, centro de estudiantes, disidencias), la otra es de una sola bandera (la nacional), como si sólo fuera a expresarse a través de lo universal que tenemos. Celeste y blanca. Ya sabemos quién es quién. Digamos sin decir.

Unos marchan y usan ese espacio que crean como forma y fondo: estar en la calle es un fin en sí mismo además de la necesidad de obtener conquistas. De algún modo se combina la tradición sacrificial de la izquierda (barricadas, piquetes) con la tradición festiva del peronismo (carnaval, fiesta del primero de Mayo, etc.). Las otras marchas revisten una idea de “última vez”, de “tuve que salir”, es decir, de excepción en el cruce de la frontera entre lo privado y lo público. Hay un corte de clase ahí. No lo nombremos ahora. Por eso, quizás, muchas veces el ceño fruncido, el cartel personal. Lo que no las hace menos democráticas, exactamente. Un ciudadano convocado que sale a poner fin a las otras plazas: como si dijera “este era mi límite”. Actúa bajo esa ofensa: me hicieron ir a la plaza. Tiene un andar como si en su sola presencia restableciera el orden perdido. Un señor que dice: “tengo sesenta años, es la primera vez que salgo”. La bandera argentina. Esa división de bienes. Las dos plazas. Somos todos argentinos.

Estos testimonios de Ey, Patria mía condensan una de las dos plazas, la tan compleja, tan multicolor, con tanto sobre la mesa. Pero están los otros, que también son la patria (afuera, adentro, y en todas partes). Y están los que ni tienen nombre, ni poesía. Listamos, tarareamos, aunque ninguna lista es total. Lo sé, lo sabemos. Toma mi lista parcial. Toma la pregunta infinita, argentino hasta la muerte. Honor y gloria. Sobriedad y sensatez. Pero acá estamos, porque está la democracia, que nos hace estar juntos. ¿Y ahora?

Acerca de Martín Rodríguez

Martín Rodríguez nació en Buenos Aires en 1978. Es poeta, escritor, analista político y periodista. Colabora habitualmente en varios medios, como Le Monde Diplomatique (Edición Cono Sur), el periódico Tiempo Argentino, Crisis y La Política Online. Es, además, coeditor de la Revista Panamá. Entre sus libros publicados se encuentran Agua negra (1998) y Lampiño (2004; premio del Fondo Nacional de las Artes, 2003), Paniagua (2005), Para el lado de las cosas sagradas (2009), Ministerio de Desarrollo Social (2013) y Paraguay (2013). También es autor de los ensayos políticos Orden y Progresismo. Los años kirchneristas (2014) y La grieta desnuda (2019), junto a Pablo Touzon. Mantiene desde 2006 el blog Revolución Tinta Limón (revolucion-tinta-limon.blogspot.com.ar).

Acerca de Ey Patria mía

Ey Patria mía es un podcast que inició a partir de la figura de Manuel Belgrano y su huella en la historia para abrir interrogantes hacia nuevos presentes y futuros posibles. Presentados por el historiador Javier Trímboli, artistas, pensadores, militantes e investigadores discuten, reflexionan y actualizan el devenir histórico y futuro de lo nacional, sus implicancias y límites.

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